Un rojo alambrao de un hilo
divide el
cielo un momento
y el potrero
polvoriento
queda un
instante tranquilo.
El lazo de un
refucilo
piala una
oscura tapada,
y aunque se
corta la armada
la hace tronar
contra el cielo,
entre esa
hacienda de un pelo
que es la
tormenta enojada.
Las pajitas
por la greda
van jugando al
remolino,
se vuelve loco
el molino
y se le borra
la rueda.
En un “sálvese
quien pueda”
van los pollos
pa’l cardal;
se embravece el
avenal
con un ruido
de suspiros
y comienzan a
los tiros
la sábanas del
tendal.
Llega un
vientito chiflando
con una
tropilla de hojas;
dicen “ay” las
chapas flojas
que están de
miedo temblando.
Una lata bellaqueando
se dispara
campo ajuera,
ya cerca de la
tranquera
levantan
tierra unas gotas,
las primeras
son grandotas
y llueve a la
polvadera.
La paineta del
alero
lo pone al
malvón contento,
y madejas de
agua el viento
retuerce sobre
el potrero.
Contemplando el
aguacero
los chicos se
quedan bobos.
Cruza el patio
a los corcovos
‘don sapiola’
muy campante
y se va de comandante
con un escuadrón
de globos.
Un de repente
limpea;
goteras en la
cocina,
rebalsando
está la tina,
‘don gallardo’
cacarea.
Una pata
cucharea
el sol que se
hunde en un charco.
Allá arriba se
ve el arco
con las puntas
en el suelo,
con siete listas
que el cielo
le ha puesto a
su poncho zarco.
Llega arriando
nubarrones
el resero de
la noche,
haciendo un
vasto derroche
de brillantes
patacones
en la rastra
de botones
que el cielo
se ha puesto nueva.
Hay un bicho
en cada cueva
y en cada
charco de luna,
y allá brama
la laguna
que el demonio
se la lleva.
Versos de Luis
Domingo Berho
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