viernes, 15 de marzo de 2013

PROBANDO LAS SOGAS

Con el motivo sencillo
de cumplir una gauchada,
eché al corral la potrada
y embozalé un doradillo;
marca de Urbano Estabillo,
criador de puros de trote,
quien me encargó de rebote
que en cuanto un lugar le hiciera,
le agarre ese potro que’ra
medio durón de cogote.

El bagual de encuentros anchos,
alto y de estampa morruda,
podía decirse sin duda
que’ra grande como un rancho.
Entró a gritar a lo chancho
ni bien le apliqué el rigor
-cuando ayudao por Fanor,
el mayor de mis muchachos-
lo acollaré al de quebracho
con un nudo potreador.

Al verse atao, con asombro
se entró a sentar de manera,
que parecía que quisiera
echarse el palenque al hombro.
Yo cerca y sin mucho escombro
por mis guascas campechanas
le iba gritando con ganas
-aunque midiendo los kilos-
¡¡Podés sentarte tranquilo
que no estás atao con lanas!!

A las dos o tres jornadas,
de tirar a lo pavote,
lo vi aflojar el cogote
y mezquinar las colgadas.
Mis sogas por bien sobadas
ni lo habían lonjiao siquiera,
entonces a la manera
del que conoce el trabajo,
lo entré a zamarrear de abajo
a dos laos, de la hociquera.

Decirles, está de más
que aquel cogote de fierro
al mes era como el perro
pa’ cabrestiarme de atrás.
Era tan dócil y audaz
que en más de una ocasión
se me vino, el mancarrón,
tan encima de las patas
que me sacó la alpargata
machucándome un garrón.

Hoy ya listo pa’ entregarlo,
y ver coronao mi empeño,
espero que venga el dueño
un día de’stos a buscarlo.
Mientras me place mirarlo,
cuando en el palo se azoga
mi estirpe criolla se arroga
deseando que alguien me mande
cada tanto un potro grande
pa’ poder probar las sogas.

Versos de Carlos Loray

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