viernes, 28 de junio de 2013

PUESTO CRIOLLO

Rancho pobre de un mensual
lindero de un arroyito
tras un monte d’eucalito
y un ancho cañaveral,
todito blanquiao con cal,
algo petisón de afuera,
pero ya de la tranquera
se le ve el horno de barro,
la bomba, plantas en tarros
y un cerco de enredadera.

La cocina es muy sencilla
-se va a dar cuenta al entrar-
junto a la vieja “Istilar”
una pilita de astillas;
dos bancos largos, tres sillas,
la mesa larga y coqueta,
con florero y con carpeta
prolijamente bordada
y tras la puerta colgada
la bolsa con la galleta.

Enfrente de la ventana
la máquina de coser
donde siempre la mujer
remienda, zurce o hilvana,
una cajita alazana
es costurero, presumo;
allá por el techo, el humo
se enrieda en la telaraña
y del otro lao: la caña
con algo para el consumo.

Al lao, la pieza chiquita
con cama catre y ropero,
un retrato del puestero,
el baúl, una mesita;
por si cayeran visitas
hay manta’ y ponchos doblao.
Con una lezna ha clavao
el mayor de los cachorros
la foto grande de “El Zorro”
cuando Nielsen lo ha montao.

Hay otra pieza a la vez
-esa es la del matrimonio-
color “florcitas de otoño”,
será… de cinco por tres,
la cama, de bronce es,
la mesa de luz, divina,
el ropero haciendo esquina,
en un rincón la escopeta,
y abajo de la banqueta
el tarro de acaroína.

Así es, como les digo
el rancho de este paisano,
si gusta, golpeé las manos
que va a encontrar un amigo,
un catre, un plato, un abrigo
y la sincera amistá,
entre tanta soledá,
rodeao de tanta simpleza…
¡Lo que le falta en belleza
le está sobrando en bondá!
                                   (10/1993)

Versos de Enrique Mario Cabrera

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