viernes, 4 de agosto de 2017

EL RELATO DE ANASTACIA

Salí temprano a boliar,
aprovechando la fresca
y en cuanto el s’hizo yesca
me decidí a regresar;
nos debíamos cuidar
por algún malón aislao,
y aunque avestruces cortao
vi como yendo de paso,
malicié, que por el mazo,
los habrían corretiao.

Pero al subir una loma
que la yanura resalta       
vi que  mi tropiya falta
y la primer duda asoma.
El “moro pampa” es paloma,
es mi corazón que avanza
procurando en lontananza
hundir la imaginación,
porque sepulta el malón
¡hasta la cerda su lanza!

¡Jamás sentí sobre’l cuero
una sensación tan fiera!
en furibunda carrera
rayo el “moro” en el alero,
por saber me desespero
si a Anastacia la han robao
y entro al rancho ilusionao
con una esperanza cierta:
antes de encontrarla muerta
que se la hubieran yevao.

Al entrar nomás, comprendo
que la pobre sigue viva…
aunque hacia el infierno iba
aqueya infeliz, muriendo.
Por instinto voy corriendo
a buscar tras de un horcón,
donde escuendo un “remigtón”
que se lo gané a un milico
¡apenas por el hocico!
siendo el “moro” redomón.

¡Son pocos!... eso me alienta,
cuantimás, siete -presumo-,
y se podrán hacer humo
si los alza una tormenta.
Mi “moro” ya tenía menta
de guapo en la travesía
y aunque trajinao venía
sé que en él puedo confiar,
lo he podido comprobar
caminando noche y día.

Y ya partí, sin más tregua
que la que el caso precisa;
ellos no van muy de prisa,
me habrán sacao… cinco leguas
vacas, tropiyas y yeguas
les hacen lerdo el andar,
de noche van a’vanzar
¡esa es mi oportunidá!,
Dios… si su ayuda me da
jamás le podré pagar!

El fin de mi travesía
sin ladero ni compadre,
es peliarlos donde cuadre
con la juerza que tenía.
Por mi prienda dejaría
hasta el último laurel…
supe en el momento aquel
que su esperanza es mi suerte
y que mi muerte es su muerte
en las manos del infiel.

Calculé que la manera
pa’ vencerlo al forajido
es sorprenderlo escondido
del lao de la delantera.
Ni sospecharon siquiera
de tan demente epopeya
y casi l’última estreya
vio entre la espesura parda,
¡un lión!, que al salvaje aguarda
agazapao en la hueya.

El relincho de un potriyo
los anuncia a la distancia
y siento el pecho un ansia
que se ciñe en el gatiyo.
Tantié el calce del cuchiyo,
miré al “moro” de reojo
oculto por el abrojo
¡bien estirao!, largo a largo;
ansina podía dejarlo
sin manea ni tramojo.

Noté en aqueya ocasión
que Dios a mi lao estaba
porque’l coraje esplotaba
más y más mi corazón.
La esperanza: ¡el remingtón!,
en la lucha desigual.
Y en el silencio total
solo se escuchan las patas
como arpegiando las matas
en una marcha final.

Apareció el primer bruto
que asoma en el firmamento
viene en punta, y al momento
el indiaje en absoluto.
Cuando el primer pampa enluto
se armó un tremendo regüelo,
yo que estaba contra el suelo
vi como todo se espacia,
y al que yevaba a Anastacia
cuando cerró los pigüelos.

Grité que lo amalcornara
y eya en la cruz, como pudo,
al espueliarlo el clinudo
ayudó a que se boliara.
Ayí perdió la tacuara
y yo, que me hayaba alerta,
al ver que mi gaucha acierta
a escapar en ese trance,
lo mandé pa’ que descanse
ande ninguno despierta.

Se vinieron sobre el pucho
otros tres, al verme solo,
y cayó como chingolo
al que le apagué un cartucho.
Me encaró un fiero matucho
con gritos de estremecer,
pero mi prienda al caer
se levantó con la lanza
pa’ que le entierre en la panza
el odio de esa mujer.

Un bolazo me saqué
que me rozó en el costao
pero al pampa encarnizao
el pingo le manotié,
el fierro desenvainé
en cuanto estuvo en el suelo,
quería terminar el duelo
por si venían los demás
y en dos entradas nomás
se fue gritando pa’l cielo.

Luego, el silencio total
…solo el pulso que galopa,
o alguna balar en la tropa
o el relincho de un bagual.
Cuando un yanto emocional
suelta mi pobre Anastacia
me consume su desgracia
en un abrazo infinito,
mientras le hablo despacito
de su invalorable audacia.

Y después que una oración
el sentir nos entablara
yo le pedí que mirara
la solitaria estensión,
le dije: En esta ocasión
el Señor nos ha’mparao
rejuntemos el ganao,
agarremos la madrina
y vayámonos, mi china;
que’sto quede en el pasao.


Versos de Julio H. Mariano

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