martes, 13 de septiembre de 2022

UNA TOPADA

 Por no peliar a un cuatrero

en el almacén de Blanco

gané el callejón al tranco

cortón de mi pampa overo;

aguerrido el pendenciero

se me cruzó en un picazo

medio ariscón para el lazo

medí justo la distancia

y viendo la circunstancia

lo desmonté de un pechazo.

 

Como el rojo de una cresta

abajada a picotazos

se cái el sol a pedazos

sobre el filo de la siesta,

en el bajón de una cuesta

se erguían frente al sendero

de ombuses, que el pampero

simentó en aquel paraje

pa’ que fuese su follaje

alivio para el viajero.

 

Ya recobrao del porrazo

me dasafió el pendenciero

desmonté, manié mi overo,

mientras él manió el picazo,

me arremangué alto el brazo

y el pelo fuerte me até,

cuantito el facón tantié,

me avanzó, amagó un puntazo

y lo volcó en un planazo,

que en el aire lo paré.

 

Yo también le amagué abajo

y le tiré a la cabeza

pero el hombre con presteza

se lo quitó sin trabajo,

volvió a tirar otro tajo

que se lo paré de nuevo

y empecinao el malevo

se volvió a tirar a fondo

que si el umbligo no escondo

me deja blanquiando el cebo.

 

No soy hombre de pelea

ni de arriar con la alpargata

y adonde afirmo la pata

ni el pampero me voltea;

cuando el facón viborea

en pos de la puñalada,

¡por Cristo!, parece helada

la sangre en cada visaje

y el miedo se hace coraje

pa’ defender la parada.

 

Yo traté de serenarme

porque el pecho me bullía

y el diablo aquel se tendía

con ganas de difuntiarme;

tiré otra vez y a sacarme

volvió el paisano a su modo,

le dejé un claro y con todo

me adentró con un puntazo,

que me abrió un surco en el brazo

casi a la altura del codo.

 

Áhi medio me atribulé

y la sangre entró a manar

y el hombre volvió a cargar

más seguro y con más fe,

de pronto le cambié el pie

y lo dejé mal parao,

me le tendí pa’ un costao

y de asombro hizo una mueca,

cuando lo haché en la muñeca

con un revés de volcao.

 

Ya me puse más tranquilo

al ver que pude cortarlo

y áhi nomás entré a apurarlo

de punta, de hacha y de filo,

el hombre perdió el estilo

y al recular trastabilla,

le hice un viaje a la tetilla

pero a darle fin me opuse

y hasta el cabo se la puse

más abajo de la esliya.

 

El malo lanzó un quejido

y tirando el fierro a un lao

quedó tieso y arrugao

lo mesmo que cuajo hervido,

enseguida un comedido

corrió a curarle el aujero,

desmanié, monté mi overo,

volví al almacén al tranco

y al llegar a lo de Blanco

me eché otra caña al garguero.

 

Versos de Víctor Nicolás Di Santo

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