jueves, 18 de enero de 2018

EL MORO DE LOS VIDELA

1
En un potrerito chico
del campo de los Videla,
fue que al pasar pa’ la escuela
lo vi asomando el hocico,
por algo que no me explico
allí me quedé parau
contemplando emocionau
en un silencio profundo
pa’ verlo venir al mundo
igual que un pollo mojau.
2
La madre era una rosilla
que al verla el patrón preñada
la apartó de las manadas
cuando vendió las tropillas,
y por esas maravillas
que Dios al mundo le ha dau,
nació un morito tiznau
que sin temor a golpearse,
al rato quería pararse
tanteando como un mamau.
3
A la semana ya andaba
retozando en el potrero,
o corrien a algún ternero
que curioso lo miraba,
y al verme que yo pasaba
cada mañana temprano,
sabía esperarme baqueano
y al verme yo sin testigo,
como si fuera un amigo
le decía adiós con la mano.
4
Pero quiso el romerillo
cobrarle a la yegua el cuero
y solito en el potrero
un día quedó el potrillo,
se le fue apagando el brillo
de su pelaje gauchón,
y chapinudo y panzón
se fue criando como pudo,
entre liebres y peludos
y algún polango mamón.
5
Así tres años pasaron
medio atrás quedó mi infancia,
y pa’ pionar en su estancia
los Videla me tomaron,
mis quehaceres me llevaron
hasta aquel potrero un día,
donde el morito lucía
su condición de orejano
sin que jamás una mano
lo haiga tocau todavía.
6
No bien peché la tranquera
hizo sonar las narices,
mal llevau como quien dice
buscando echarma pa’fuera,
tenía una crin entera
como el pastizal del llano,
y al ver que instinto indiano
de mi presencia recela,
como cuando iba a la escuela
lo saludé con la mano.
7
Pa’ mi que aquella señal
fue una luz en su memoria,
y sirvió pa’ que esta historia
tenga un hermoso final,
un relincho colosal
soltó al pararse en dos patas,
y ante mi sonrisa grata
que su nobleza refleja,
vino a rascarse la oreja
al borde de mi alpargata.
8
El patrón que conocía
mis andanzas de muchacho,
y de aquel potrillo guahco
su triste historia sabía,
me mandó llamar un día
y ante mis ojos atentos,
desnudo sus sentimientos
en un gesto que aún valoro,
regalándome aquel moro
por mi buen comportamiento.
9
Se podrán imaginar
el alegrón que me dio,
que ni bien me lo entregó
lo empecé a redomonear,
ni miras de corcovear
cuando le puse el recao
y al mes y medio clavau
andaba sin ser jactancia
luciéndome por la estancia
con el moro de bocau.
10
Un sentimiento de hermano
creció por él con empeño,
sin que conozca más dueño
que mi recau y mi mano.
Y hasta ese amor soberano
que aún comparte mi existencia,
pudo calmar su impaciencia
sentada en sus ancas recia,
cuando zal salir de la iglesia
rumbeamos pa’ la querencia.
11
De áhi en más vivió prestao
los años que hoy amontona,
con esa pinta gauchona
que lo sigue acompañando,
en un corral trabajando
o recorriendo potreros,
cargando en ancas un cuero,
tirando agua en el jagüel,
o al ruido de un cascabel
con el sulky dominguero.
12
Hoy está pa’otros quehaceres
porque ‘entoavía tiene tela’
y va con tres a la escuela:
un varón y dos mujeres,
cumplidor pa’ los deberes
ya está ensillau de temprano,
y al verlo alejarse ufano
con los chicos de testigo,
porque siempre fue mi amigo
lo despido con la mano.


Versos de Carlos Loray

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