En el campo “Las
Taperas”
relucían las mandas,
con un montón de
padrillos
y más de cien yeguas
blancas.
Tenía su
establecimiento
allí Don Gregorio
Gándara,
en donde el pelaje
overo
como por arte de
magia,
le daba brillo a esos
campos
y algunas buenas
ganancias.
Vendía overos de dos
años
pero antes los
castraba,
porque tenía la
avaricia
que todos muenten su
marca.
Llegó a tener Don
Gregorio
una populosa fama,
que fue envidia entre
el gauchaje
de cincuenta leguas
largas.
Por la hermosa
variedad
de overos que él hacía
gala.
Donde había una yegua
overa
o donde había una
potranca,
se iba con dos o tres
potros
a tratar de
negociarla.
Siempre salía con la
suya
hacía ofertas con
audacia,
y si por ahí a un
paisano
la oferta no le era
grata
lo llenaba’e
maldiciones
hasta morirse de
rabia.
Tuvo ofertas por
padrillos
de cifras
incalculables,
de potentados patrones
que envidiaban su
pelaje.
A más de “overos
oscuros”
había entre sus
animales,
preciosos “bayos
overos”
con “overos alazanes”,
“zainos overos”,
“rosados”
y “azulejos”
ejemplares.
Llevaba un “cebruno
overo”
al boliche pa’
floriarse,
y hasta a veces con
tropilla
caía en alguna tarde.
Y pa' una fiesta rosista
que hicieron en Buenos Aires
ha presentao Don
Gregorio
pa’ que todo el mundo
hable
una tropilla de yuntas
de overos que era un
paisaje.
-“Al ‘moro bronceado overo’
no hay leguas que me lo aplasten”
solía decir entre
copas
“ni plata que me lo pague;
y a los tordillos overos,
a cualesquiera que saque
pa’ salir en una tropa
áhi verán pingos que valen…”
y al calentársele el
pico
ya no había quien lo
aguante.
Tenía la costumbre
vieja
de lucir con sus
overos,
unos lomillos antiguos
que usaba en cualquier
momento.
Rastra de los
federales
con seis patacones
viejos,
un tirador escamao
de monedas que era un
sueño,
y un par de estribos
gauchones
de los braseros de
fierro.
Pero yendo a su
persona
desde el poncho hasta
el pañuelo,
eran un montón de
hilachas
lo mismo que su
sombrero.
Un pantalón con un
saco
que por lo sucio
hacían juego,
unas botas embarradas
y una camisa en
deshecho,
era como Don Gregorio
vestía siempre su
cuerpo.
Pero cuando el viejo
criollo
al fin dejó su
esqueleto,
la familia echó a
remate
todo el
establecimiento.
Las yeguadas, los
padrillos,
todo se pasó a otros
dueños
que siguieron con las
crías.
Y hoy, a través de los
tiempos,
anda el alma’e Don
Gregorio
en cada caballo overo.
Versos de Héctor
Del Valle
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