Bajo el poncho de la luna,
con
un estilo silbando,
en
el moro voy yegando
a
mi rancho, por fortuna.
Al
costao, una laguna,
que
con su espejo refleja
las
totoras en madeja
que
acunan a los pichone',
de
nutrias y de crestone'.
¡La
gayareta se queja!
En
busca de su destino,
del
pico 'e la chimenea
un
humo blanco se apea,
cómo
mamao peregrino.
El
rostro suave y cetrino
de
mi joven aparcera,
que
se haya en la dulce'spera,
ilumina
mi regreso,
y
al yegar yo ya la beso
cómo
jué la vez primera.
Ya
dentrando a la cocina
conocí
el olor certero,
de
un güen estofao casero
que
me ha preparao la china.
En
siyas de tiras fina'
de
cuero, que no he sobao
está
mi gato, "el Soldao",
mostrando
su indiferencia;
¿será
el cobro por mi ausencia
de
las horas que he faltao?
En
el fondo, la despensa,
en
sus ganchos, los chorizo'
cuelgan
hasta que's preciso
cobrarse
la recompensa.
En
un tablón una prensa
con
matambre asujetao,
lo
tiene bien vigilao
por
si se quiere'scapar,
y
de un clavo sabe'star
la'rpiyera
'e los mandao'.
La
cumbrera soportando
el
peso de algún farol,
el
que alumbra más que'l sol
cuando
se haya trabajando.
Las
alpargatas secando
al
rescoldo 'e la Istilar,
y
una rata que al pasar
en
la leña se'ntrevera,
por
si mi gato la viera:
¡fiero
la diba a tratar!
Bajo
el manto del alero,
con
flecos largos y ruano'
del
viejo rancho pampeano,
pasa
la noche, el apero.
De
un tiento gastao de cuero,
cuelga
una guitarra vieja;
que
cuándo suena se queja
al
compás de algún estilo.
Y
mi perro está tranquilo
¡con
él, no hace falta reja!
Versos
de Alejandro
Abriola