Rancho pobre de un
mensual
lindero de un
arroyito
tras un monte d’eucalito
y un ancho
cañaveral,
todito blanquiao
con cal,
algo petisón de
afuera,
pero ya de la
tranquera
se le ve el horno
de barro,
la bomba, plantas
en tarros
y un cerco de
enredadera.
La cocina es muy
sencilla
-se va a dar cuenta
al entrar-
junto a la vieja “Istilar”
una pilita de
astillas;
dos bancos largos,
tres sillas,
la mesa larga y coqueta,
con florero y con
carpeta
prolijamente
bordada
y tras la puerta
colgada
la bolsa con la
galleta.
Enfrente de la
ventana
la máquina de coser
donde siempre la
mujer
remienda, zurce o
hilvana,
una cajita alazana
es costurero,
presumo;
allá por el techo,
el humo
se enrieda en la
telaraña
y del otro lao: la
caña
con algo para el
consumo.
Al lao, la pieza
chiquita
con cama catre y
ropero,
un retrato del
puestero,
el baúl, una mesita;
por si cayeran
visitas
hay manta’ y ponchos
doblao.
Con una lezna ha
clavao
el mayor de los
cachorros
la foto grande de “El
Zorro”
cuando Nielsen lo
ha montao.
Hay otra pieza a la
vez
-esa es la del
matrimonio-
color “florcitas de
otoño”,
será… de cinco por
tres,
la cama, de bronce
es,
la mesa de luz,
divina,
el ropero haciendo
esquina,
en un rincón la escopeta,
y abajo de la
banqueta
el tarro de acaroína.
Así es, como les
digo
el rancho de este
paisano,
si gusta, golpeé
las manos
que va a encontrar
un amigo,
un catre, un plato,
un abrigo
y la sincera amistá,
entre tanta soledá,
rodeao de tanta
simpleza…
¡Lo que le falta en
belleza
le está sobrando en
bondá!
(10/1993)
Versos de Enrique
Mario Cabrera
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