Ese
poste medio aislao
del
rodeo’e la manada;
el
que cera’e la ramada
se
alza como abandonao;
el
que está más enterrao
que
los demás, en el suelo,
tal
vez porque da recelo
su
solitaria altivez
o
¡quién lo sabe!, tal vez
porque
está apuntando al cielo.
El
que aguanta, si aguantar
se
llama en la lengua mía
sufrir
una tiranía
que
lo oprime sin cesar.
El
que ya no podrá dar
aunque
le sobre coraje,
ni
el más mísero ramaje,
ni
un retoño, tan siquiera
pa’
demostrarles lo que’ra
antes
de ser un salvaje.
El
que inora, en su orfandá,
tan
siquiera si es del pago,
o
si es apenas rezago
de
la Diosa Inmensidá.
El
que nunca tuvo edá
porque
nunca jué mocito,
pero
en cambio lleva escrito
sobre
el lomo esta sentencia:
¡no
tendrás independencia,
pero
serás un proscrito!
El
que al sol, al agua, al viento,
al
fuego, al hielo ¿qué importa?
las
maldiciones soporta
del
hombre y del firmamento.
El
que, paria, en su contento
convertirse
en la guarida
de’sos
seres que la Vida
lanza
al mundo, generosa,
como
yapa’e su cuantiosa
produción
tan discutida.
El
que, firme y altanero,
¡pobre
orgullo des’te juerte!,
hasta
en guardián se convierte
de
cualisquier bolichero…
Áhi
lo ven, sin ser matrero,
tanto
al fin se lo hostigó,
que
a la postre concluyo
por
ser lo que no debía:
solo
un poste’e pulpería
quien
pa’ palenque nació.
¡Palenque,
sí, lo más fiel
que’n
el campo hemos tenido,
porque
siendo un oprimido
nunca
supo lo que’s yel;
palenque,
sí, porque’n él
no
triunfó marca ni pelo,
ya
que igualó en su desvelo
al
rico y al disgraciao,
porque
pa’eso está enterrao
más
que naides en el suelo!
(Ca.
1942)
Versos
de Martín
Ignacio Reynoso
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