Sacudió la pulpería
una fiera risotada,
justo que hacía su
entrada
el mozo José María;
solo quince años tenía
el pioncito de El
Horcón,
quien al mirar pa’ un
rincón
vido tendido en el
suelo
a Don Hilario, un
agüelo,
enrendao en un
cinchón.
A pararse lo ayudó
con rispeto y
diligente
sin detenerse en la
gente
ni pensar lo que pasó;
luego al mostrador
siguió,
mas le dio una sofrenada
una inmunda carcajada
que lo giró en los
talones…
se escarcharon los
mirones
al hallarle la mirada.
Tambaliaba aún el
anciano
por un empujón grosero…
“-Al de esa hazaña,
aparcero,
habría que darle la
mano!”
Se le adelantó un
paisano
diciendo: “-Dela mamón…”
“-No de su mesmo
pezón,
yo no chupé de una
fiera”;
sin más encaró pa’juera
manotiando su facón.
“-Dentre a servirse,
sotreta,
que es carne de
charabón,
mas no sobre en intención
que puede fruncir la
jeta;
su culpa es, si no
respeta,
mi palabra, lo debido;
soy el agüelo caído,
más con sesenta años
menos…
Los jundamentos son
güenos,
que me pruebe lo convido”.
Se le jue crudo el
zafao
creyendo que era
chacota,
ni la idea más remota
tenía del risultao;
pero un planazo
endiablao
le hizo cambiar de
opinión,
y comenzó una junción
de tan variao colorido
que en su vida el
atrevido
tendría, ni por
mención.
Un tajo lo había
partido
la boca pa’ ahugar la
risa,
luego le dio tal
paliza
que el maula cayó
rendido;
el mozo, como al
descuido,
jue al agüelo y lo besó;
hizo sus compras, montó
y con humilde prestancia
en dirección a la estancia
al tranco se encamino…
(15/07/1970)
Versos de Roberto Coppari
(1924
– 2007)
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