pude
ver a mi recao.
Si
habré pasao por su lao
y no le
presté atención.
Áhi
estaba en el rincón
donde
un día lo dejé
y, vaya
a saber por qué,
a mi
memoria volvieron,
los
tiempos que ya se fueron
cuando
con él ensillé.
La
reseca sudadera
por
encima lo tapaba,
como
siempre la dejaba
oreando
de tal manera.
Yo
recorté esa bajera
de un viejo poncho encerao
que un redomón asustao
me
terminó malogrando
entre
el monte, bellaquiando
cuando
lo monté emponchao.
El cojinillo de oveja,
medio moro y lana chilla,
muestra su estampa sencilla
donde el trajín se refleja.
Con una matrita vieja
lo he retobao por debajo
y en alguno que otro tajo,
zurcidos y peladuras,
se ven cicatrices duras
de una vida de trabajo.
Recuerdo que a la encimera
del anca se la saqué
a una yegua que quebré
en un pial de puerta afuera.
La argolla de la asidera
se ve bastante ovalada,
señal que fué rigoriada
porque ha habido buenos lazos,
buenos pingos y buen brazo
en más de alguna enlazada.
Al ver los viejos mandiles,
los estribos, el cinchón,
se fué llenando el galpón
con los recuerdos de a miles.
Hemos apilao abriles,
mi viejo recao, los dos.
Quisiera tenerte a vos
retemplándome el coraje
cuando, pa’l último viaje,
“a ensillar” me mande Dios.
(1979)
Versos de Juan Antonio Beherán
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