l’últimas
horas del día,
pintando,
la lejanía,
con
la sangre derramada;
sobre
un cerro, recostada,
ya
dentrando l’oración,
diviso
una población
con
potrero, y los corrales
de
lienzo, pa’ los lanares,
el
molino y el galpón.
Como
andaba algo cansau
por
siete leguas de viaje,
sintiendo
qu’el achuraje,
me
silbaba, por venau,
enderesié
mi montau,
como
la tropilla ansina,
p’aquel
monte’e casuarinas
que
se véia a la distancia,
coligiendo,
era l’estancia
que
llaman: “La Josefina”.
Llegando,
pedí licencia
p’hacer
noche, y áhi nomás,
me
lo acedió el capataz,
persona
de conocencia,
hombre
de mucha concencia
y
gaucho, sindudamente,
trabajador
y decente
que,
como hombre cabal
nu
he conocido otro igual…
“mejorando
lo presente…”.
Lo
conocí de resero
por
pago’e los “Quiñiguales”,
tropiando
unos animales
de
marca’e los Ovejeros;
montando
un pingo lucero
y
engüelto en el engomau,
era
un gaucho del pasau,
de
los que pocos s’encuentran,
asigún
tengo las mentas
de
los pagos dond’he andau.
Después
de bajar los bastos
y
haber largau la tropilla
en
un cuadro de gramilla
pa’
que le hicieran el gasto,
me
juí, guasquiando los pastos,
pa’
la cocina ‘e los piones,
pa’
que algunos cimarrones
me
sirvieran de aliviada,
y
conocer la pionada
que
había ganau los jogones.
Era
el hijo del patrón
mayordomo
habilitau.
mozo
muy aponderau,
más
bien alto y delgadón;
de
güeña conversación,
muy
educau y escribido;
decían
de que había sido
estudiante,
en la ciudá,
y
que’ra ¡temeridá!,
lo
mucho que había leído.
De
los trabajos camperos,
poco,
el mozo, conocía,
pero,
par’eso tenía
la
cencia de Don Valero;
era
este gaucho, aparceros,
el
capataz ya mentau,
que,
pa’ cuidar el ganau,
tenía
su conocencia
nacida
de la esperencia
de
los años trabajaus.
Y allí
me quedé, aparceros,
como
mensual… y contento,
por
ser establecimiento
“agrícola-ganadero”.
En
los trabajos, prefiero
andar
con los animales
que,
aun cuando allí eran lanares
porque
no criaban vacunos,
siempre
es mejor, para algunos
que
andar entre los ceriales.
Prefiero
horquetiarme a un pingo
aunque
salga bellaquiando,
que,
andar arando y sembrando
jué,
siempre, trabajo’e gringos;
si
en ocasiones, amigos,
supe
andar entre motores,
cosechadoras,
tratores,
trabajando
de aguatero…
Eso
es cosa de estranjeros,
según
lo pienso, señores.
Pero,
golviendo a mi cuento
prosigo
mi rilación,
dende
que entré como pión,
de
aquel establecimiento;
y,
siguiendo mi argumento
han
de pintar mis pinceles,
con
la licencia de ustedes,
un
gaucho muy atrativo,
que
tenía el apelativo
de:
Güenaventura
Aredes…
Versos
de Raúl
Castro Olivera
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