(relato)
1
Era un tal Lucio
Medina
criollazo como el
mejor,
además buen domador
de la estancia “La
Colina”,
de una raza muy
genuina
campero bien apreciao,
supo tener un gatiao
que fue toda su
alegría,
y en yerras y pulperías
un pingo muy codiciao.
2
Con el produto’e las
domas
el hombre compró un
campito,
y allí levantó el
ranchito
apareao entre dos
lomas.
Bozales, riendas,
caronas
adornaban la cocina,
y otras cosas que
Medina
tenía pa’ su quehacer,
gran pucha! si es pa’
no creer…
una esperanza en la
ruina.
3
Ya cerrada la oración
dispués que un chala
pitaba
pa’l catre se refalaba
aunque no era
dormilón;
la pava sobre el fogón
había quedao
silenciosa,
y alguna estrella
brillosa
juguetiaba tras del
cerro,
oyó tañir el cencerro
en forma muy
sospechosa.
4
De un salto cayó parao
y se vistió de un
tirón,
dispués manotió el
facón
que estaba sobre el
recao,
de tarde lo había
dejao
mientras cortaba unos
cueros,
y ya con el caronero
bien cauteloso y
alerta
¡iba entreabriendo la puerta
pa’ divisar el
sendero!
5
Al salir quedó agachao
costiando una cinacina,
viendo un bulto que
camina
en dirección al
gatiao.
Ya mesmo quedó enterao
de lo que iba a pasar,
jamás podría dudar,
estaba bien alvertido
que a su pingo más
querido
se lo querían robar.
6
Cuando aquel bulto
cruzó
por detrás de la
tropilla,
Medina, cuasi en
cuclilla
hasta su pingo llegó;
las madrina conocío
a su dueño en el
istante,
cuando el grito
vigilante
le dio de pronto algún
tero
y al darse vuelta el
cuatrero
Medina estaba adelante.
7
Cuando se gana el
tirón
en un trance tan audaz
al más mentao y capaz
le hace bulla el
corazón.
Y al cuatrero en la
ocasión
al sentirse
descubierto,
desmontao, a campo
abierto
no es muy fácil disparar,
solo le resta peliar
o si no, darse por
muerto.
8
El hombre andaba de a
pié
con el caballo’e la
rienda,
que en el claro de una
senda
reflejaba un pangaré.
“De alto… ¿quién es
usté…?”
Un grito quedó flotando,
se jue pa’tras reculando
con intención de
montar…
Y a otro palo fue a
parar
una lechuza chistando.
9
Medina jue como luz,
no menos lo jue el
cuatrero,
cuando uno y otro
acero
tráia un destino de
cruz.
La tropilla en el tras
luz
con inquietú se alejó,
solo el gatiao se
quedó
como mirando la escena
bajo esa noche serena
donde su dueño pelió.
10
El cuatrero ya finao
quedó en el suelo
tendido
y Medina, mal herido
quiso buscar el gatiao…
caminó como enredao
con el facón de
testigo
y al verlo cerca a su
amigo
palmiándolo de ante
mano
le dijo: “No importa
hermano,
vos te quedaste
conmigo”.
11
A Medina lo enterraron
-vino a saberse dispués-
dejando aclarao el
juez
del modo que lo
mataron.
Hay un árbol que
plantaron
en el lugar que cayó,
un resero lo encontró
al despuntar ese día
y antes de morir decía
lo que esa noche pasó.
12
Poco después el gatiao
fue festín de los caranchos,
murió en la tranquera’el
rancho
donde supo estar atao.
Un día que estaba
echao
se quedó como dormido,
la boca abierta,
sumido
como relinchando al
dueño
y en el galope de un
sueño
se jue con rumbo al
olvido.
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