Bien surero su recao
a la argolla de la
cincha,
en las clinas una
vincha
con dos moños colorao;
los bastos muy
levantao
de adelante como
atrás,
media pasuca, al
compás
sacudía la picana
la menor de las
Maidana
que fue novia de
Alcaraz.
Como no soy tan quedao
ni tengo la lengua
atada
ya le pegué una
palmada
en el tuse, a mi
tostao,
y cuando estuve a su
lao
le dije: “¡Qué cutis, Ñata!
¡Qué par de espuelas de plata!
¡Qué surtida está la tienda!
Hacele punta a la hacienda
que yo arreo la culata”.
Le dije en forma
galana:
“Zaina negra, seme franca,
¿de qué manada potranca
te escapastes, orejana?”
“-De la manada’e tu
hermana”
me contestó,
confianzuda,
sonriéndome la
clinuda.
Sin ensayar argumentos
yo retocé de contento
al saber que no era
muda.
“¡Que te tardaste en venir!
-le dije, entre otras
cosas
que ya han carniao los
Tolosas-
¡qué campo pa’ dividir!
¿Qué más te puedo decir?
Con tanta sabiduría
es tuya la estantería,
¿tiene dueño ese galpón…?
Soy goloso pa’l jamón
¡qué empacho me agarraría!”.
Como siempre bien
hablao,
regular pa’l piropaje,
de achuras hice
coraje,
me desmonté del
tostao,
pa’ no pecar de
atrasao
“¿Son tuyas?” le pregunté,
con la zurda manotié
como quién tiene una
duda…
Se molestó la clinuda
y nunca supe por qué…
Versos de Julio
Secundino Cabezas
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