Una mañana temprano
como pa’ fines de
agosto
en un callejón angosto
se cruzaron dos
paisanos,
uno montao en un
ruano,
otro un overo azulejo,
con traza de venir
lejos
llevaba de tiro un
pampa,
por el porte, por la
estampa,
los dos criollos y
parejos.
- Güenos días, aparcero
(el del azulejo dijo,
el otro hombre prolijo
saludó con el sombrero);
disculpe, soy forastero
y ando tras de un rumbo vago.
-Nacido y criao en el pago
aquí estoy pa’ lo que
ofrezca.
-Se agradece. -No agradezca
que entre criollos no
hay halagos.
-Soy del lao de Lobería
y ando campeando unos pingos,
me faltan desde el domingo
a la fecha, cinco días,
anoticiarme quería
porque yo, ni un rastro hallo.
-Y, ¿cómo son los
caballos?
-Cuatro a saber: un cebruno,
un pangaré, un lobuno
y un potrillo overo bayo.
-Ayer a la tardecita,
crucé con una tropilla
y recuerdo un
testerilla
y un zaino cola
cortita,
si el cebruno que me
cita
llava la cola al
garrón,
el potrillo es retacón
y el lobuno sin tusar,
creo que lo haré
rumbiar
con muy buena
dirección.
-Ya tiene mi gratitú,
indique el rumbo, esos son.
-Siga por el callejón
hasta dar con un ombú,
de allí con rumbo pa’l
su
unas dos leguas avance,
saldrá al boliche ‘El
Remanse’
ayí los vide acampao,
si apura un poco el
montao
pa’ la siesta les da
alcance.
-De Irineo Centurión
vaya el agradecimiento
con mi mano el sentimiento
por esta gaucha atención.
-Si pega la vuelta,
don,
mi nombre es Telmo
Barraza,
como a media legua
escasa
hallará un molino
viejo,
tope con el azulejo
que allí encontrará su
casa.
Versos de Víctor
Nicolás Di Santo
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