Tengo un ahijao:
Rumualdino,
que es criao como
la humedá.
De pura casualidá
yo he resultao su
padrino.
Nació en un día
barcino
de esos de
invierno, llorones,
y por deberle
atenciones
al finadito su
padre,
tengo aura ahijao y
comadre
y nuevas
obligaciones.
Antes de hacerlo mi
ahijao
me costó unos
patacones
pa’ hacer callar
los gritos
de: “áhi va un padrino pelao”.
Cuando el curo le
hubo hablao
no sé en qué lengua
extranjera,
pagué por otra
soncera:
pa’ que con agua
limpita
que había en una
juentecita
le lavaran la
mollera.
Cuando se hizo un
grandulón,
la madre de
Rumualdino
me dijo: “Siendo el padrino
ya sabe su obligación.
Hay que darle educación
pa’ que no sea un atrasao,
sobre este punto he pensao
que hagamos d’él un dotor,
pa’ que gane al ser mayor
una banca ‘e dipuatao.”
Yo dije: “Pa’ mi es mejor
y aunque se enoje, comadre,
que salga como jué el padre
un hombre trabajador.
Que sea un criollo agricultor,
que manejando el arao,
sepa en el campo heredao
desparramar la semilla,
pa’ que después de la trilla
cobre su trabajo honrao.”
Pero triunfó la
mujer,
y el muchacho
regalón
resultó al fin un
chambón
que agatas aprendió
a leer.
A veces lo suelo
ver
y me entristece
endeveras,
porque al errar la
carrera
me resultó el
muchachito,
lo mesmo que un
muñequito
escapao de una
vidriera.
Habla con voz
destemplada,
se hamaca cuando
camina.
¡Potrillo de raza
fina
que al fin no sirve
pa’ nada!
Lleva melena
engomada
que es dura como el
cartón
y con la cola’e
ratón
que usa como
bigotito,
se cree que es mozo
bonito
mi ahijadito el
regalón.
Versos de Evaristo
Barrios
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