(relato)
1
Sucedió
en una ocasión
que
en la estancia “La Nombrada”
estando
la paisanada
matiando
junto al fogón;
un
gaucho de la reunión,
hablando
con voz potente,
dijo:
“Si hay en los presientes
quien quiera probar un pingo,
yo lo invito pa’l domingo.
Tengo un moro reluciente”.
2
No
faltó quien contestara:
“Acá está quien le retruca.
Será carrera macuca
con mi zaino malacara”.
Las
condiciones se aclara;
depositan
lo apostao
y
como juez es nombrao
para
más formalidá
a
un gaucho serio, de edá,
y
en carreras adiestrao.
3
Los
paisanos se llamaban
uno,
Alejandro Lindoro
-era
éste el dueño del moro
que
como a niño cuidaba-.
El
otro, un tal Mendizabal
-que
era del zaino su dueño,
lo
atendía con empeño-
y
siempre a toda carrera
llegó
confiao y risueño.
4
Llegó
el día de la carrera
y
alrededor de la cancha,
la
gente como avalancha
aquella
largada espera.
Apostar
jue cosa fiera
pues
pa’ elegir áhi no había.
En
esos fletes se vía
una
divina hermosura:
era
el zaino una pintura
y
el moro una fantasía.
5
Seiscientas
varas corrieron
y
del punto de partida
la
carrera jue reñida:
¡hocico
a hocico venían!
Los
apostantes decían
que
‘puesta’ debía de ser
pero
vino a suceder
que
cerca de la llegada,
el
zaino dio una hocicada
y
ansina vino a perder.
6
Aunque
una amistá esistía
en
los gauchos que he nombrao,
Mendizabal,
enconao,
se
jue pa’ la pulpería.
Áhi
la giñebra corría
sin
mezquinarle el garguero.
Y
Lindoro, ya altanero,
por
unas copas tomadas,
largando
una risotada
alborotó
el avispero.
7
Si
hasta aura jueron amigos,
por
palabras que tuvieron,
pelan
los dos sus aceros
declarándose
enemigos.
Áhi
allí muchos testigos
de
esa lucha sin ventaja.
Uno
tira y otro ataja
y
es la contienda pareja;
mientras
las chispas reflejan
los
golpes que se abarajan.
8
Al
dar una atropellada,
da
Lindoro un tropezón
dejando
un claro al facón
que
maneja Mendizabal.
Éste
en el pecho lo clava
con
un puntazo certero
y
en un esfuerzo postrero
Lindoro,
que es muy valiente,
aunque
ya siente la muerte,
firme
maneja el acero.
9
La
herida lo debilita,
las
piernas le tambalean
y
aflojando en la pelea
baja
el cuchillo y le grita:
“¡Ahijuna,
suerte maldita
por
tropezar me has clavao!”
Y
el otro contesta airao:
“A mano estamos y envaino;
¡por tropezar, a mi zaino,
con tu moro le has ganao!”
Versos
de Venancio
Ramirez Abella
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