La lluvia dejó, en la güellas
su
sucio poncho barroso,
que
jué cayendo, cargoso
como
charla de mamau;
en
el campo, se h’apampau
la
tarde, como aguantando,
y
el cielo viene escampando
dispués
de tanto llover,
como
queriendo golver
a
salir, el sol, brilloso.
Va
remesiendo los pastos
una
brisa juguetona,
que,
trepado por la loma,
despeina
los pajonales;
mojados,
los animales,
parecen
como aplastau;
y
en las costas del bañau,
las
garzas y batituces
están
jugando en las luces
que’n
los charcos se han formau.
En
la linia’el horizonte
abre,
la luz, un barbijo;
y
un entero mira fijo,
con
sus orejas paradas,
como
viene la yeguada
tranquiando
por los senderos
que
va llenando de aujeros
como
jeta con virgüela,
por
donde, el agua, se cuela
formando
ríos y esteros.
Se
ve llegar, dende lejos,
de
su pingo, al trotecito,
un
paisano, haciendo añicos
los
charcos com’un espejo;
con
su caballo azulejop,
y
engüelto en el engomau,
reluce,
como lustrao,
de
tanto el agua sobarlo,
y
han salido, pa’ gritarlo,
los
teros alborotau.
Sobre
la quincha del rancho,
las
sombras, se van viniendo,
como
si jueran queriendo
borrarlo
en l’oscuridá;
en
la enorme inmensidá
del
pajal anochecido,
se
oye, lejano, el silbido
de
un chingolo, que cantando,
alegre,
nos va anunciando
que’l
mal tiempo, se ha concluido.
Bien
haiga la paz del campo
en
esas noches, ¡tan bellas!
en
que briyan las estrellas
como
cocuyos lejanos;
entonces
siente, el cristiano,
l’alegría
del vivir,
y,
mientras se’echa a dormir,
va
sobando esa esperanza
de
la dicha, que no alcanza,
pero,
lo ayuda a sufrir...
Versos
de Raúl
Castro Olivera
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