se quedó en la
memoria de la estancia.
Lo recuerdo en la
fría madrugada
retando por lo
bajo a la perrada
que a los saltos
sus paso’interrumpía
al salirle al
encuentro cada día.
Puedo verlo
ordenando su recado
y ensillar con
esmero algún gateado,
mientras sólo el
rozar de los correones
rompía el silencio
en los galpones.
Me figuro que aún
puedo escuchar
su voz diciendo
“¡Vamos!” al montar,
la orden
invariable y suficiente
que acataban los
perros y la gente.
Así siempre
comenzaban sus rutinas.
Llegando a las
primeras cina-cinas
soltaba el galope
del montado
y, apenas cuando
el día había aclarado
ya andaba recorriendo
los potreros
controlando
pariciones y terneros.
Encaraba con gusto
esos trabajos
por ser hombre de
aquellos campos bajos.
Se había criado
acostumbrado a la visión
del inmenso
pastizal en su extensión
y de entonces, sin
duda, provenía
la afición por el
caballo que tenía
y ese típico modo
de los viejos
de tender la
mirada hacia lo lejos.
Era parco en el
gesto y el decir,
como es quien ha
logrado conseguir
el respeto cabal
de los demás
por su propio
prestigio y por capaz.
Conocía el manejo
de la estancia
y sabía mandar sin
arrogancia.
Porque fue para mí
como un maestro
que en esos
menesteres me hizo diestro
le rindo el
homenaje que merece.
Y en muchas
madrugadas me parece
que era ayer
cuando el tranco del gateado
lo veía salir,
acompañado
por el viejo ovejero
seguidor,
con su lazo
torcido y su arreador.
Versos de Juan Antonio Beherán
No hay comentarios:
Publicar un comentario