jueves, 27 de diciembre de 2012

LA CARRERA

Es de hacer notar que a este notable verso de 32 pies (al decir de los paisanos viejos), el autor lo escribió en sus años de escuela secundaria, cuando contaba 17 años de edad, y era muy aficionado a las carreras cuadreras, las que frecuentaba, si no me equivoco, en la zona de Temperley. 
1º Parte

1
Surcando el dorso leonado
del ondulante pajal,
se estira el camino real
sobre el llano dilatado,
y en una altura apostado
como si fuera un vigía,
rompe la monotonía
del horizonte infinito
la silueta de un ranchito
blanqueando en la lejanía.
2
Pulpería “El tropezón”
es el nombre que le han puesto,
en el que va, por supuesto,
encerrada una intención,
pues en toda esa región
no hay quien no dé en ella al fin.
Desde el poblador más ruin
y el poderoso estanciero,
al mercachifle extranjero
o el milico del fortín.
3
Flameando en el mojinete
izado en una picana
el banderín color grana
mil diversiones promete,
y cual al lugar compete
por su aislada situación,
vese además de un zanjón
rodeando el recinto suyo
el consabido mangrullo
para vichar al malón.
4
Junto al galpón, el corral
de palo a pique formado,
y el palenque levantado
frente al rancho principal:
cuyo pobre aspecto es tal
que nadie al verlo creería
que además de pulpería
es posta de la galera
que va de la Yegua Overa
al fuerte de Olavarría.
5
 De fogones un enjambre
se ve por doquier humear,
que carne no ha de faltar
a quien arribó con hambre.
De cerda, pluma y corambre
hasta los topes repletas
se alinean ocho carretas,
y unas tropillas rodeadas
junto a las yeguas maneadas
se arremolinan inquietas.
6
Es un domingo de mayo
esplendoroso y sereno,
la luz del sol baña a pleno
el inmenso campo bayo.
Ocupando todo el playo
bajo los sauces sin hojas,
descansan con cinchas flojas
los buenos pingos traídos,
entre relinchos, bufidos,
y resonar de coscojas.
7
Todo el criollaje del pago
se encuentra en “El Tropezón”,
de suerte que la reunión
causa verdadero halago.
Unos por echar un trago
se han venido de ex profeso,
otros por tirar el “güeso”
y los de más tragaderas,
para ver si en las carreras
pueden ganarse algún peso.
8
Lucen allí sus colores
los ponchos pampas más raros
y osténtanse los más caros
facones y tiradores.
Los calzoncillos mejores
muestran su cribo sutil.
Vense chiripases mil
de rico paño merino.
Y más de un sombrero fino
de paja de Guayaquil.
9
La excelencia pregonando
del amasijo casero,
un mulato pastelero
se desgañita gritando.
Y más allá, demostrando
guardarse mutuo recelo,
callados como en un duelo
varios gauchos en cuclillas
con sus filosas cuchillas
trazan marcas en el suelo.
10
Tras la enrejada ventana
en donde atiende el negocio,
trajina el dueño y su socio
con porrón y damajuana.
Mientras en grata jarana
agrúpanse las personas
y a sus voces chacotonas
viénese alegre a mezclar
el metálico rodar
de las pesadas lloronas.

2º Parte

11
Ya “El Tropezón” ha quedado
poco menos que vacío
porque todo aquel gentío
en la cancha se ha volcado,
cuando uno recién llegado
de modales altaneros
“¡Vamos a ver, caballeros,
-vociferando propuso-
le corro con este chuso
al que le abaje los cueros!”.
12
Con un silencio completo
recibe esto la reunión,
y el gaucho en tono zumbón,
vuelve a repetir el reto,
añadiendo: “¡Les aceto
cualquier parada, canejo!
Ya ven el pobre “azulejo”
que aura tengo aquí ensillao,
lo traigo medio aplastao
porque es un sotreta viejo!”
13
Otro hombre se abre paso
entre la rueda de gente
y dice tranquilamente
sujetando su “picazo”:
“Le corro, pues, amigazo,
aunque sé, no viá ganar;
mas bien lo hago por probar
este animal tan bellaco
que’n cuanto a correr lo saco
se me arrastra a corcoviar.”
14
Ya la apuesta concertaron
los dos a cual más ladino,
y al costado del camino
los fletes desensillaron.
Ya sus rayeros nombraron
depositando la plata,
dejaron junto a una mata
sus sombreros en el suelo
y ambos se ataron el pelo
con una vincha escarlata.
15
“¡Ya se armó!” Pegó uno el grito
y los grupos de curiosos
rodearon presto a los mozos
en expectante circuito.
Vivo, morrudo, cortito,
bien desvasado a cuchillo,
sus ojos un solo brillo,
su pelo un solo reflejo
¡estaba aquel “azulejo”
como “pistola’e bolsillo”!
16
Y si superior su estado
y desenvuelto su andar,
su pinta era, a no dudar,
de perfección un dechado.
Impresión de estar pesado
dejó su rival al paso,
por lo que de acuerdo al caso
y no bien lo examinaron,
las apuestas comenzaron
contra el caballo “picazo”.
17
Con gesto duro y altivo
gritó fuerte un gaucho viejo:
“¡Cien pesos al ‘azulejo’!”,
alzándose en el estribo.
El del “picazo”, muy vivo,
al instante respondió:
“¡Pago, don, los tomo yo!”
y arrimando el parejero,
en las manos de un tercero
la suma depositó.
18
Otra vez volvió a gritar:
“¡Al ‘azulejo’ voy diez!”
y el del “picazo” otra vez
volvió la banca a copar.
La gente entró a murmurar
sobre si sería ligero
el “picazo” parejero
que pronto verían correr,
echando todos a ver
que era animal forastero.
19
El gauchaje que ahí estaba
la marca desconocía
y menos aún sabía
del mozo que lo montaba.
Sin embargo, no ignoraba
ninguno que aquel paisano
que así arriesgaba a su mano
la plata tan fríamente
venía seguramente
de algún partido lejano.
20
Tomó éste otra parada
sin el menor comentario
y a la par de su contrario
se encaminó a la largada.
La gente no jugó nada
a favor del forastero,
pues el otro parejero
en tres cuadras era un rayo.
No se encontraba caballo
que lo ganara a ligero.
21
Pronto ambos emparejaron,
y en haciéndolos picar
a sus pingos, a ganar
el tirón se prepararon.
En cuanto se acomodaron
el “azulejo” salió,
el del “picazo” paró
el animal y enojado:
“¡Sujete, no he contestado!”,
a su adversario gritó.
22
Éste comprendió al momento
que ‘madrugar’ no podía,
pues el otro conocía
su intención, y estaba atento,
así que regresó lento
cuando pararon los fletes.
Nuevamente cual cohetes
los parejeros partieron
y los dos ¡vamos! se oyeron
lanzados por los jinetes.
23
¡Se vinieron! Y la gente,
para no perder detalle
abriose formando calle
en dos filas frente a frente.
Y en velocidad creciente
avanzan como un turbión,
mientras meneando talón
los mozos sobre los tuses
van casi echados de bruces
espiándose la intención.
24
Portándose como buenos
por sacarse delantera,
prosiguen en lucha fiera
de espuma y de sudor llenos.
Los corredores serenos
alzaron de pronto el brazo
y ya el primer rebencazo
sobre los cuartos sonaba,
mientras la gente gritaba:
“¡El azulejo!”, “¡El picazo!”
25
Y cuando en raudo correr
cerca de la rayan estaban
y todos ya descontaban
que “puesta” tenía que ser,
viose al “picazo” perder
pie, y cambiar de mano,
mientras su jinete, en vano
por seguir en la contienda,
lo levantaba en la rienda
con esfuerzo sobrehumano.
26
¡Pero qué! Ya no hubo caso.
Fue una “calzada” maestra
y ya no quedó ni muestra
de la furia del “picazo”.
Aprovechando su atraso,
el de la trampa apuró,
en dos saltos se cortó
y por más de un cuerpo entero
al caballo forastero
la carrera le ganó.

3º Parte

27
Ahora en el mostrador
con un porrón a su alcance,
comenta a su gusto el lance
muy contento el vencedor.
Tiene hinchado el tirador
que de vez en vez tantea
en tanto se pavonea
satisfecho de su obra,
¡porque él es hombre que cobra,
y si no cobra pelea!
28
Mas de pronto una advertencia
alguien susurra a su lado
y el gaucho se ha enderezado
barruntando la pendencia;
pues, poniendo en evidencia
hallarse resuelto a todo,
arremangado hasta el codo
y el poncho arrollado al brazo,
encáralo el del “picazo”
y apostrofa de este modo:
29
“¡Oiga, don, salga pa’ajuera,
venga pa’acá, atraquesé;
ya maliciará por qué
le hablo de esta manera,
cuando se arma una carrera
diciendo libre de pata,
me parece que se trata
de correrla bien legal
por lo que aura ¡tal por cual!
¡me va a devolver la plata!”
30
Quebrándose los sombreros
uno y otro antagonista
corrieron la mano lista
en busca de sus aceros.
“¿Qué me cuentan, caballeros?
¿Me habrá tomao por ladrón?
¡Oigan la reclamación!”,
el del “azulejo” grita
agregando: “¡A ver, mulita,
ya basta de alegación!”
31
Y con ademán veloz
las dagas desenvainaron,
y de firme se cargaron
a punta y hacha los dos.
De una puñalada en pos
viene un quite o un revés,
y ya avanzan a la vez
o pierden terreno a trechos,
entre el jadear de los pechos
y el resbalar de los pies.
32
Hasta que en una topada,
y a todo vigor del brazo,
logró entrar el del ”picazo”
con certera puñalada.
Se rodeó la paisanada
en torno del gaucho muerto
y a favor del desconcierto,
el matador, al tranquito,
marchó a esconder su delito
en el pajal del desierto.
                                    (Ca. 1909)

Versos de Justo P. Sáenz (h)

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