Jué en una de mi flor.
Hasta en los cerros
nacían margaritas
coloradas
y quedamos dispersos
unos pocos,
con malas armas y
ninguna bala.
Entreviero feroz:
¡Vinchas y bolas!
melenas y clineras
enredadas,
relámpagos de sables y
facones;
divisas rojas y
divisas blancas.
Allá sobre la frente
del sol bajo,
semejaba una vincha
roja franja.
Dejuro había salpicao
la orilla
del horizonte azul la
sangre gaucha.
Nos traiban derrotaos
y de tan cerca,
los gritos nos
golpiaban en la espalda,
y nosotros echaos
sobre el pescuezo
charquiando los
reyunos a rodajas.
Llovía un chaparrón de
boliadoras
que acalambraba los
matungos maulas;
como trío de yaras
cabezonas
se enredaban juriosas
a las patas.
Maidana me seguía a un
tiro’e lazo
gastándole el resueyo
a un criollo pampa,
cuando lo vide cáir,
tosiendo sangre
ensartao en las aspas
de una lanza.
El caballo cruzó. De puro
instinto
lo agarré del cabresto
a la pasada,
pa’ llevarle, a lo
menos si volvía
la noticia a la viuda
y las cacharpas.
Mejor me hubiese
güelto sobre el pucho
a vender junto a él,
la vida cara
a quebrar el facón
contra los sables
pero a morir en ley
como Dios manda.
Y lo dejé nomás… Pobre
mi amigo…
Amigo de la paz y las
patriadas;
amigo de las malas y
las güeñas,
y amigo de las güeñas y
las malas.
Y espueliando por
juera a un duro’e boca
-como adentro el dolor
pinchaba mi alma-
me escabullí por fin
del chucerío,
como dice el refrán,
echao en l’anca.
Se hizo la paz y
regresé al ranchito
del que quedo tirao en
las quebradas
defendiendo el color
de una divisa
vergüenza ponzoñosa de
mi raza.
Me acuerdo que me dijo
muchas veces
en charlas del fogón o
de la carpa:,
“-Si sos amigo y regresas con vida,
cuidame el gurisito si me matan”.
Por eso lo lloré junto
con ella.
Igual que un perro le
cuidé las casas
y gasté con los suyos
los vintenes
que en domas o
tropiadas agenciaba.
Y al gurisito, con
cariño’e padre,
si se dormía, lo
acosté en mi falda
y si lloraba de mimoso
que era
le empriesté pa’
juguete mi guitarra.
Pero vino después la “primavera”;
se ajuntaron de a
yuntas las bandadas,
y echaron flores,
dende los rosales
hasta esos yuyos que a
la hacienda matan.
Y un vaho de vida
resurgió violento
que en ley pareja la
natura implanta,
y ardió el instinto
como un juego interno,
que a procrearse las
especies manda.
Y ella tenía veintidós
abriles…
Eran sus senos como
dos torcazas,
tenían sus ojos un
mirar profundo,
había en su boca
contenidas ansias!
Y, yo me paro, si a
degüeyo tocan,
y a veces, antes de
copar la banca…
pero si dentran a
jugar polleras,
si solo no me paro… no
me paran!
Y como me conozco y
soy güen gaucho
-antes dejuro, de
meter la pata-
junté las pilchas,
ensillé mi moro,
y con tristeza le
anuncié la marcha.
Pensaba dirme como el
hombre limpio,
bien atrás el sombrero,
la frente alta!
que potros pa’ montar
y chinas lindas,
ni nunca me faltaron
ni me faltan.
Le dije: “-Me viá dir por un tiempito,
me han echao en el pago la perrada,
pero cuente lo mesmo con mi ayuda
que, teniendo yo plata, tendrá plata”.
Ñubló sus ojos el
cristal del llanto,
bajó la frente de
dolor cansada;
como una hermana se
abrazó a mi cuello,
y yo la recibí como a
una hermana!
Casualidá fatal que
ató a mi vida
el ñudo potriador de
la desgracia!,
sentí ruido de
espuelas, miré afuera;
cuando en la puerta se
paró Maidana!...
Nos miró sacudiendo la
cabeza.
Tenía en los ojos un
mirar de rabia
y se quedó parao como
un palenque
sin decirnos siquiera
una palabra.
Después, besó al
botija que en un banco
como una piedra
dormidito estaba
pa’ envolverlo
temblando entre los pliegues
rojos y azules de su
poncho patria.
Y con él en los brazos
montó’e nuevo
y se puso chiquito a la
distancia…
Mejor e hubiese güelto
aquella tarde
a vender junto a él la
vida cara…!!
Versos de Wenceslao
Varela
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