Fue pa’ un día de
Santa Rosa
que una tormenta
machaza
hizo parir la picaza
del finao Viejo Barbosa
y como estaba la cosa
por el reparto
enredada
por una casa alquilada
y algunos pesos
guardados
la tropilla de
gateados
quedó casi abandonada.
Era yo entonces
puestero
de un campo que se
lindaba
y a la picaza
observaba
hacía más de un año
entero.
Mi espíritu de
cuatrero
andaba como el
carancho
observando bien a lo
ancho
y amparado en las
revueltas
con el cinchón de dos
vueltas
me traje el potrillo
al rancho.
A la noche de las
casas
tras el ladrido de un
perro
pude escuchar el
cencerro
de la madrina picaza.
Andaba tan relocaza
corriendo la noche
aquella
que por poco se
degüella
en el fondo del
potrero
contra un vieja
esquinero
un gatiao que iba con
ella.
Temprano estaba
mateando
junto al fuego en la
cocina,
cuando veo la madrina
con el potrillo
mamando
nueve gateados
pastando
imponían su presencia
y solté ante la
evidencia
al potrillo calculando
que iban a salir
trotando
todos para su
querencia.
Está en los recuerdos
míos
aún aquel potrillo
hermoso
como un sobrino
vicioso
que está amparao por
los tíos
con mil pesares
sombríos
al Viejo Barbosa evoco
si por verlo estaba ‘loco’
al picazito cruzao
tras que no fue pa’l
finao
no ha sido pa’ mi
tampoco.
Versos de Héctor
del Valle
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