Aunque empezó a garugar,
los cueros le eché al lobuno,
sabiendo bien que denguno
me lo podría igualar.
El patrón mandó apartar
a campo, cien vaquiyonas,
negras ellas, cimarronas,
de poco roce con gente,
capaces de hacerle frente
a animales o personas.
Salimos a tranco lento
cuando empezaba a clariar,
a fin de cumplimentar
del patrón, su mandamiento.
Jue elegido pa’l evento
personal capacitao,
el que, atento a lo ordenao,
arriaría a la estación
aquel vacaje en custión
pa’ trasladarlo al mercao.
El capataz repartía
-montao en un azulejo-
ordenes y algún consejo
a tuita la compañía.
La mensualada, ese día,
conciente de su labor,
ensiyó de lo mejor
que tenía en su tropiya.
¡Ahijuna! ¡Qué maraviya!
¡Qué pingazos, por favor!
Pa’l mediodía, en rodeo,
la tropa quedó formada
en un rincón, prieparada
pa’ comenzar el arreo.
A pesar del tiempo feo
el aparte estaba hecho,
y al ver que enfiló derecho
pa’l potrero, una macaca,
yo dije: “-Es mía esa vaca…”
y salí sacando pecho.
Al lobuno le cerré
las chuecas, y en la marucha
topé a la arisca y ¡jue pucha!
contra un poste la estampé.
Pero el barrito, endispué,
me hizo una mala jugada,
mi pata quedó apretada
entre el suelo y el recao
cuando mi pingo, de lao
se me jue de costalada.
Hoy han pasao al olvido
las fáinas con animales,
ya no se ven los mensuales
en su diario recorrido.
Añoro el tiempo vivido
de trabajo y diversión
y guardó de aqueya ación
una marca que perdura:
me quedó una pata dura
fruto de aquel apretón.
Versos de Arnoldo Daniele
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