S’esconde el sol en los cerros,
no canta el viento sus quejas
y pa’l brete unas ovejas
vienen arreando los perros.
El tañido ‘e los cencerros
puebla de notas la loma;
el trebolar con su aroma
va embalzamando la brisa
y con su media sonrisa
la luna en creciente asoma.
Volando bajo y serena
la cerrazón se desliza
tendiendo un poncho ceniza
sobre el potrero de avena.
Pone en alerta la escena
con su grito el teru-tero,
el panorama campero
va perdiendo sus matices
entre un silbar de perdices
que vuelven al dormidero.
Mientras va Doña Tomasa
a entrompetar el ternero,
un muchacho arrea el nochero
pa’l potrerito ‘e las casa.
Un lucero como brasa
v’apadrinando a la luna
y al volar los patos de una
espantada en alboroto
parece un espejo roto
entre’l juncal la laguna.
En la quietú del ambiente,
en formación alineadas,
van cruzando las bandadas
en dirección al poniente.
En el ramaje imponente
donde todo fue alegría
no se oye l’algarabía
de los pájaros cantando
y están los sauces llorando
la triste muerte del día.
Versos de Andrés Eduardo Gromaz
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