de mi
rancho ya ladeao,
tengo un
rebenque pesao
entre otras prendas camperas;
de papada
es la sotera
bien
sobadita, y el cabo
es corazón
de guayabo
retobao con
tiento fino,
me lo
osequió un correntino
que supo
andar por mi pago.
Pucha, si
pudiera hablar
las cosas
que contaría,
de mis
bravas correrías
de cuando
sabía domar.
Hasta puedo
asegurar
-y no es
por contar grandezas-
que lo hizo
andar con presteza
a más de un
gringo pulpero,
pues era
como sombrero
p’andar
sobre las cabeza.
Y áhi también
está mi lazo
que tuvo trece brazadas,
con él en mis camperiadas
probé el rigor de mi brazo.
El pobre ya está viejazo
y está medio ramaliao
y tan solo le han quedao
el cascabel que cantaba,
cuando en las guampas entraba
de algún toro refugao.
Y un par de espuelas caladas
que fueran todo mi orgullo
en los tiempos en que a un grullo
en pelo me le sentaba;
y cuando me le pegaba
como tigre a la clinera,
cuando salía campo ajuera
haciendo temblar el suelo,
al cimbrar de los pigüelos
y al chasquiar de la sotera.
Versos de Sebastián Mendoza
(De una recopilación de Antonio Rodríguez Villar,
a la que me he atrevido corregir algunas palabras,
adaptándolas al modo gaucho)
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