y el rumbo
se presta a yerros,
el tilín de
los cencerros
es la guía
más segura;
la madrina
va en procura
de la
querencia afanosa,
y la noche
tenebrosa
parece
menos huraña
¡dando una
apariencia extraña
de misterio
a cada cosa!
De los
ranchos más cercanos
llegan
furiosos ladridos
y los
teros, sorprendidos,
gritan su
angustia en los llanos.
Al llegar a
los pantanos
el galope
se detiene
y con
molestia se aviene
el pingo
baquiano al cruce:
más la
espuela que lo induce
con él
compasión no tiene!
La brasa
del pucho que arde
porque el
viento la acaricia,
en la noche
desperdicia
el brillo
que hiciera alarde;
se agranda
de tarde en tarde
y parece
así una estrella
que recorriese
la huella
en la boca
de un varón
¡campeando
algún corazón
perdido en
la noche aquella!
El viento
descansa a ratos
dormitando
en las cañadas
y descubre
a la bandada
el silbido
de los patos;
los teros
sus alegatos
siguen en
largo desvelo,
y alas
tendidas en vuelo
de un
pájaro misterioso,
en la noche,
sin reposo
son las
puntas del pañuelo.
Y el ruido
del galopar
se prolonga
en el camino
rumbo al
deseado destino
que aguarda
nuestro llegar;
un alegre
respirar
el pecho
gozoso hincha
que aunque
esté floja la cincha
apura el
gaucho el halago
de sentirse
ya en el pago,
pues la
madrina relincha.
Versos de Marcelo Altuna
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