atento y
madrugador
se viene
el Astro Mayor
con el día
por delante.
Se anticipaba
brillante
antes que
pudiera verse,
y en
cuanto amagó correrse
en
silencio, las estrellas,
por tímidas
y por bellas
han
disparao a esconderse.
Y en
cuanto se deja ver
el sol
radiante y altivo,
ya estoy
pisando el estribo
saliendo
así a recorrer.
Bien cerca,
pa’ no perder
su espíritu
pendenciero,
al cruce
me sale un tero
que en
torno mío volando
a los
gritos, protestando,
me quiere
echar del potrero.
El campo
de luz cubierto
con la
llegada del día
ya ha
cambiao fisonomía
bajo el
ancho cielo abierto.
Todito el
ganao despierto
parece
rendirle honores,
y a los
primeros rumores
que trae
la jornada nueva
ya se han
ganao a la cueva
los “bichos”
trasnochadores.
El zorzal,
que es pico de oro,
sobre de
un tala asentao
dá su
silbo entusiasmao
bien
estridente y sonoro.
Al testeriar
de mi moro
sigo al
tranco con cautela,
mientras
mi vista recela
-por si se alza un avestruz-
y el sol
hamaca una luz
jugando en
la pontezuela.
En un
lugar solitario
cerquita
de una tranquera,
está
yerbiando un linyera
bajo un
ombú centenario.
Refleja el
pobre vestuario
su poca
suerte en la vida,
y al
saludarlo enseguida
al hombre
que anda en la mala
lo convido
con un “chala”
siguiendo
la recorrida.
Es lindo
seguir tranquiando
con aplomo
y con firmeza,
descubriendo
más belleza
en lo que
uno va mirando.
Y al ir el
moro jugando
con la
coscoja liviana
cualquier
pesar se desgrana
o en ese
instante se olvida,
¡como si
una nueva vida
naciera
cada mañana!
Versos de Pedro Risso
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