Llovió
todita la noche
y
también el día entero.
Y
ahora el viento “pampero”
está
soplando a derroche.
Hay
agua, a troche y moche,
los
bajos, ya son laguna.
Contentos
por su fortuna
están
feliz los horneros
y
los charcos del potrero
hacen
de espejo a la luna.
Ha
dejado de llover
se
ve el pasto limpito,
con
ese verde clarito
que
denota su crecer.
Lejos,
se alcanza a ver
la
tropilla retozando,
y
el vacaje, que pastando
se
extiende en el campo ancho,
y
bajo el alero’el rancho
está
el puestero, mateando.
Pinta
el sol el horizonte
y
con bozal, el puestero,
sale
a buscar el nochero
que
está al reparo del monte.
Lo
ensilla y sin más apronte
lo
mueve, monta enseguida,
pa’empezar
la recorrida
que
es su diario derrotero,
destapando
un bebedero,
del
lote de las paridas.
Cambia
después de potrero
algunas
vacas con cría
y
llegando el mediodía
regresa
a hacer el puchero.
Almuerza.
Después, certero,
le
pone a un “pampa”, el recao,
que
está recién enfrenao
y
piensa: “Con este pingo
me viá lucir el
domingo
cuando vaya pa’l
poblao”.
Con
el sol recién entrao
ya
en la cocina, agarra
a
su querida guitarra
pa’cariciar
su encordao.
Recordando
su pasao
tal
parece, que rezonga
y
sin que se lo proponga
de
su saber, hace alarde
y
alegra, al caer la tarde
el
ritmo de una milonga.
Y
van los años pasando,
soles
y fríos, con saña.
Demientras
que en la campaña
sigue
el gaucho puesteriando
solo,
y espera que cuando
deba
soltar las amarras
y
la muerte muestre garras
montada
en negro corcel,
pueda
llevarse con él
sus
versos y su guitarra.
Versos
de Horacio
Meana
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