Briya
majestuosa y mansa
la
luna sobre la pampa,
lucen
de plata las guampas
de
la hacienda que descansa.
Las
cortaderas son lanzas
agitadas
por el viento,
de
tanto en tanto, el lamento,
de
algún osidao molino,
y
rematando el camino,
de
luto está el firmamento.
Corta
el silencio el chistido
de
un lechuzón agorero,
que
busca ratón maicero
para
yevar a su nido.
El
cielo se haya vestido
de
gala, con mil estreyas,
a
cual de eyas más beya,
es
difícil de elegir,
todas
merecen ceñir
la
frente de una donceya.
Noche
tranquila, serena,
oculto
entre la maleza,
sin
apuro, con pereza,
el
violín de un griyo suena.
Como
agobiao por la pena,
un
sauce yorón se inclina,
sobre
el agua cristalina
de
un arroyo rumoroso,
cuyo
caudal, presuroso,
con
fuerza se arremolina.
El
paisaje es increíble,
por
momentos, fantasmal,
pensar
en que haya algo igual,
parecería
imposible.
La
beyeza es tan tangible,
el
silencio tan rotundo,
pareciera
que en el mundo
luna,
pampa, ser humano,
andan
tomao’ de la mano
con
sentimiento profundo.
Crece
la imaginación,
se
oyen gritos, clarinadas,
cargas
a sable y espada
enfrentándolo
al malón.
Gauchos
que a fuerza’e facón
hicieron
valer sus mentas,
dejando
sus osamentas
abonando
nuestra tierra,
que
en sus entrañas encierra
el
valor que representa.
Todo
el campo en su estensión
tiene
estraño sortilegio,
como
sonido de arpegio
jugando
en un diapasón.
Pa’l
buen crioyo es la razón
de
su vida y su sustento,
por
eso, en ningún momento,
busca
apartarse’e la hueya,
siguiendo
siempre la estreya
que
guía sus pensamientos.
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