Con
una tremenda helada
de
un galopito cortón
me
ayegué hasta “El Boquerón”
pa’
juntar la cabayada;
Don
Jigena a la pasada
me
hizo seña con la mano,
me
dijo: “-Abajate, hermano”,
y
como es gente vecina,
nos
dentramo’a la cocina
para
yerbiar mano a mano.
Yo
en el corral oservé
un
zaino pampa, un gatiao,
un
tubiano colorao
y
un mestizo pangaré;
el
Viejo, me dijo: “-Che,
le
echastes el ojo al pampa,
no
andes haciendo retranca,
ponele
el recao, probalo,
y
si te gusta… yevalo!”,
y
me dio su mano franca.
Al
pampa se lo cambié
por
una crioya lobuna
que
me costó una fortuna,
iba
con la cría al pie;
cuando
al pingo lo ensiyé
ni
bien estuve montao,
lo
volqué pa’ los dos lao
y
pa’ no andar con fracaso,
áhi
nomás desprendí el lazo
y
revolié entusiasmao.
Al
cabayo lo yevé
a
la’sidera aquel día,
hoy
toda la pampa es mía
y
en sus patas tengo fe.
¿Qué
vale un gaucho de a pie?
Es
un linye sin destino,
es
un jilguero sin trino,
es
un freno sin coscoja..
Un
gaucho a pie se me antoja
que’s
un paria en el camino.
Mi
recao, es una siya,
el
pampa, un niño mimao;
lo
junté con un gatiao
que
quedó de la tropiya.
La
cosa no es tan senciya
pa’
los crioyos argentinos,
hay
que andar por los caminos
para
no pisar la soja…
Entre
un cantar de coscoja
será
el fin de mi destino.
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