Éramos como hermanos,
con mi amigo:
suyas eran las pilchas
de mi apero,
mi “moro”, mi
guitarra, mi confianza,
y hasta la intimidá de
mis secretos.
Y era mío también todo
lo suyo:
su caballo, su poncho,
su dinero,
y sus males también y
sus pobrezas.
Éramos como hermanos
con Ruperto…
En yunta trabajamos en
las yerras
o rondando ganao
pasamos sueños;
por turnos galopiamos
los ariscos
o charquiamos a
espuela los mañeros.
Me ayudó y lo ayudé,
parejo siempre,
en la paz, en la
guerra, en todo tiempo.
A brazo lo saqué de
una creciente
y ancas me sacó de un
entreviero.
Después, pa’ mi
desgracia hice una muerte
de esas que llegan
como llega el viento,
que nos pecha nomás y
en cualquier caso,
resulta inútil perfilarle
el cuerpo.
Ya metida la pata no
sabía
si ganar las bagualas
o dir preso.
Conozco las angustias
de la celda
y la arisca tristeza
del matrero…
“Tenés un gurisito y una moza
que viven de tu amor y de tus pesos
-me aconsejó con su
habitual sonrisa-
cambiame de facón y yo me entriego”.
No pude disuadirlo de
su idea.
Era como hijo’e vasco
el indio’e terco,
y después de acordar
declaraciones,
a presentarse se
marchó pa’l pueblo.
El tiempo que pasó, no
estoy seguro,
pero jue, más o menos…
año y medio.
Cuando una tarde
regresó con todas
las hondas cicatrices
del encierro.
Y como antes lo ayude
otra güelta:
con mi confianza lo
acerqué a mi pecho
pa’ansí ahuyentar la
timidez huraña
de perro cuando llega
a rancho ajeno.
Y le di la mitá de
unos baguales
-que amansarles, le
agarré a los Lemos-;
la mitá de los tragos
de mi chifle,
un medio corazón y un
medio techo.
Y tuvo pa’ sus potros
mi palenque,
mi gaucha lira pa’enredar
recuerdos;
la sombra de mi ombú
pa’l sol de estío
y el calor de mi
poncho pa’l invierno.
Pero una tarde
comprobé una escena
que aunque la vide, me
costó pa’ crerlo.
Y me hinca el corazón
como una espuela
y me hace lagrimear
cuando me acuerdo.
Jue en ese tiempo que
se ve en las lomas
repuntar las manadas
los enteros
y los toros alzao
taparse en tierra
rompiendo los lunares
del rodeo.
Y se ajuntan de a dos
los pajaritos
y los jaguares de la
selva, en celo,
con las diez medias
lunas de sus garras
les dibujan tatuajes a
los ceibos.
Y máullan mano a mano
los monteces
en arco el lomo y
erizao el pelo,
y charquiaos a
colmillo andan sangrando,
los cimarrones de
peliarse entre’llos.
Que los vide clarito
junto al poso…
y la que con su amor
tejió mis sueños,
entornó los ojazos
media augada
con el calor
asfixiador de un beso.
Me asujeté del crimen,
a una vara.
Pa’ que me vieran me
compuse el pecho
y me puse a ensillar
de lomo duro
como dice el refrán,
pero en silencio.
Por eso, cuando agarro
una guitarra
pa’ ahuyentar el dolor
que llevo adentro,
me salen remolonas las
versadas
como si me lerdiara el
pensamiento.
Versos de Wenceslao
Varela
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