Jué
una noche clara, de luna en menguante
de
un junio tan frío, que helándome está;
como
una golilla, blanquiaba la helada
tendida
a lo largo del Arerunguá.
No
sé si “mandinga” andaba esa noche,
lo
cierto es que, ¡diande poderme dormir!
Ojalá
me hubiera dormido del todo.
Me
duele entuavía lo qu’he hecho sufrir.
Me
tiré del catre, con cierto fastidio
al
sentir los perros, a gente ladrar,
y
vide, en la sombra, de un cerco de talas
que
al galpón un hombre pretendía entrar.
Me
crucé el de apala, me engolví la faja,
más
bien por costumbre, manotié el facón
y
me juí agachando por atrás de un brete
con
la certidumbre que juera un ladrón.
Lo
vide clarito! Jué al gancho’e la carne,
no
encontrando nada, por casualidá.
¡Era
un mozo güeno como el pan bendito;
mire
hasta ande llega la necesidá!
Yo
lo conocía, era un gran amigo,
pude
comprobarlo, pues más de una vez,
cuando
de Entre Ríos tráibamos baguales
de
distintas formas probé su honradez.
Pero
allá en su choza tenía seis gurises
que,
dende esa noche, huérfanos están
y
qué no hace un padre que quiera a sus hijos
si
llorando de hambre le reclaman pan.
Y
en el rancho pobre de rotas paredes
temblando
de frío la infeliz mujer,
con
cuentos de brujas calmaría los hijos,
esperando
a su hombre pa’ hacer de comer.
Como
iba diciendo: traté de ocultarme,
pero
en ese instante salía del galpón
y
dejuro, al verme, de golpe y zumbido
le
causó, quien sabe que fiera impresión.
Sorprendido
el pobre perdió los estribos,
desnudó
la daga y me atropelló!
El
frío’e la helada que esmaltaba el campo
lo
sentí en mi cuerpo, esa noche yo.
Talvez
de vergüenza no alzaba la vista;
yo
alcancé a gritarle: “¡Respete Fidel,
no
me comprometa!, ¡piense en sus gurises!”.
Pero
estaba ciego el cristiano aquel.
Nunca
vi una daga más cerca’e mis ojos
como
un rejucilo brillaba al pasar!
Le
ladiaba el bulto, y en la mesma panza
como
fría culebra la sentía rozar.
Perdí
las chancletas, extravié el sombrero
¡cómo
cuadra y media me hizo recular!
A
los resfalones entre la gramilla
con
helada y todo alcancé a sudar.
Y
viendo dejuro, que me achuraría
no
había ni un testigo, el cielo era el juez,
eché
mano al fierro, y, hasta luego amigo.
¡Qué
remordimiento me ha quedao dispués!
Al
pensar canejo que al rancho derruido
dispués
de esa noche de frío tan cruel
en
lugar de carne pa’ los gurisitos
llevaron
el cuerpo del pobre Fidel.
Versos
de Wenceslao
Varela
Que letra por Dios. Wenceslao varela
ResponderEliminarUn versaso!! es cierto
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