A
la orilla del poblao
con
uno que otro palenque,
está
el boliche “El Rebenque”
muy
lindamente ubicao.
Se
haya de árboles rodeao
muy
cerca de la estación,
y
está en la predilección
de
todo criollo que llega,
pues
lo atiende una gallega
de
buena disposición.
Allí
lo mató don Sosa
al
comisario Zabala,
porque
le arrastraba el ala
a
su pimpollo de rosa.
Hoy
en día, de la cosa,
tan
solo quedan las mentas,
pues muchas veces lo cuenta
el
viejo Raucho Garrido,
que
allí se sienta encojido
bajo
el peso’e los noventa.
Apoyao
al mostrador
está
el criollo Cruz Galván,
siempre
buscao con afán
por
gaucho y por domador.
Con
la rienda de mi flor
y pa’l
lazo fabuloso,
a
más de un potro asqueroso
entregó
como una oveja;
pa’él
no hay mesquinos de oreja
ni
caballo cosquilloso.
El
gaucho Ramón Acuña
está
tomando un resuello,
pañuelo
de seda al cuello
y
al hombro poncho’e vicuña.
Plata
que ya no se acuña
luce
en la rastra y el cinto,
y
el verijero que pinto
le
asoma sobre el chaleco,
mientras
al labio reseco
se
tiende un vaso de tinto.
Don
Evaristo Carrera
conversa
con don Laguna,
mensuales
de “La Lobuna”
y
muy amigos de veras.
Hablan
de cosas camperas
por
buenos gauchos que son,
y
pongo mucha atención
el
que pronuncie sus nombres,
que
al acabarse esos hombres
morirá
la tradición.
Aquel
que allí se emborracha
igual
que siempre, con “Llave”,
es
un tal Pedro Elizabe
más
ruín que una cucaracha.
Lo
encandiló una muchacha
con
su sonrisa y su halago,
de
su vida hizo un estrago
y
áhi lo puede ver usté.
¡Pensar
que hace tiempo fue
de
los más gauchos del pago!
Entre
el chirriar de algún grillo
y
el mugir de una lechera,
dan
a la tarde campera
los
bichos de luz su brillo.
Relincha
ya el doradillo
como
un toque de oración,
y
al volcarse en la extensión
la
última sombra del día,
se
pierde en la lejanía
más
allá de la estación.
Versos
de Luis
Reigada
(El
poeta escribió este verso a los 18 años, a aún antes. Esto por 1972)
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