(Relato Entrerriano)
Ya van pa sais meses
que gané los montes
dende aquel mal día
que me disgracié.
¡Jué pucha, que’es
fiera la vida ‘e matrero!
Lo que se padece, yó
solo lo sé.
Angustias á bocha pa conseguir carne
aguaitando siempre
la oportunidá
de hallar un
carpincho apartao del agua
o bombear con tiempo
un guazubirá.
¡Si habré pasao
soles, heladas y lluvias
con las pocas
pilchas que de casa alcé!
No tengo tabaco. La
yerba que truje
hace ya bastante que
la terminé.
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La cosa jué ansina.
Yo andaba tropiando
allá por las puntas
del Mocoretá
con unos patrones
que arrendaban campo
a los Goicoechea de
Puerto Yeruá.
Y volviendo un día
con trescientas vacas
compradas al corte
en lo de un inglés,
como a boca‘e noche
llegamos a un puesto
a la entrada ‘el
campo de un tal Juan Cortés.
Rodiamos la tropa.
Mudamos caballo.
Encendimos juego pa
cimarronear,
y yo con los chifles trotié hasta las casa
a tráir agua y carne
pa ver de cenar.
Juera el
guardapatio, toda la familia
estaba riunida
aguaitandomé.
¡Cha!¡Cuando mi
acuerdo de esa pobre gente
por adentro el pecho
siento no sé qué!
Era una señora con
tres gurisitas
y el marido, un
indio de bastante edá,
que en un catre ‘e
tientos estaba tullido,
¡Vaya uno a saberlo
porqué enfermedá!
Dentraron a
hablarme, y flor de atenciones
tuvieron conmigo
cuando me abajé.
Colegí enseguida que
algo les pasaba,
pero, por supuesto,
nada pregunté.
Un medio borrego
taba acomodando
sobre el sirigote
para dirme yá,
cuando la patrona,
que andaba tras mío,
comenzó a decirme con gran ansiedá:
“Fijesé,
paisano, lo que nos sucede;
“esto ya no es vida a mi modo ‘e ver,
“pasan aquí cosas tan demás tremendas
“que yo le garanto no sé lo que hacer.
“De un tiempo a esta parte, toditos los viernes
“El lobinsón sabe llegarse hasta acá.
“¡Por Dios se lo pido, no nos deje solos;
“dejuro esta noche se aparecerá!”
¿Qué quieren que
hiciera? No pude
negarme.
En mi china vieja al
punto pensé,
y no bien cumplido
mi cuarto de ronda,
de nuevo en el
puesto me les presenté.
En el medio ‘el
patio, bajo un espinillo,
tendí mi recado para descansar,
recién me dormía,
cuando un redepente
siento que los
perros dentran á torear.
Ya también los
lloros oí dentro el rancho,
con unas palabras
medio los calmé,
y con “las de potro”
listas en la mano,
en un par de brincos
pa ajuera gané.
Clarita la noche. Mientras yo
bombiaba
pa todos los lados con prolijidá,
veo que los perros reculando
aullaban
ante algo que vían en la
oscuridá.
¡Mi Dios! ¡Cosa fiera había sido
aquello!
cuantito lo vide, ya me persiné.
Era un bicho grande, con laya
‘e ternero
y un hocico largo como el yacaré.
Como lista ‘e poncho se vino a
toparme
con un trote ansina como el
aguará.
¡Si cuantimás pienso, si
cuantimás creo
qu’hice la pata ancha de
casualidá!
¡La Virgen te ampare!, ricuerdo
que dije,
¡Serás o nó ánima! – y ya
revolié,
luciéndome tanto con las tres
marías,
que del primer tiro me lo
asiguré.
¡Toca! ¡Toca! ¡Toca!, le grité a
los perros,
por ver si podía hacerlos cargar,
y pelando el fierro ya me le fí
al humo,
porque no era el caso pa
facilitar.
cuando cerca de mío clamó una voz débil:
¡No me mate, amigo! ¡Por
Dios, déjeme!
Jué tal la sorpresa, que perdí el resuello;
trémulo y confuso, sujeté ahi no más.
¡Al ver que
aquel bulto comenzó a escurrirse
y salió un cristiano por el lao
de atrás!
Queriendo pararse, dio unos sacudones,
y aunque de ayudarlo al punto traté,
se volcó de espaldas y con un suspiró
del mundo ‘e los vivos pa siempre se
jué.
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Ya van pa sais meses que gané los montes
dende aquel mal día que me disgracié.
¡Jué pucha, que’es fiera la vida ‘e matrero!
Lo que se padece, yo solo lo sé.
Versos de Justo P. Sáenz (h)
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