Bajo de un cielo mestizo,
americano a destajo,
Pedro de Mendoza trajo
a esta tierra el yeguarizo.
Aquel al que el tiempo hizo
para la historia, un puntal.
Su condición sin igual
que lo adaptó al desarrollo,
dio paso al caballo criollo
por selección natural.
Rústico y guapo en su esencia.
Necesarias condiciones,
entre otras tantas cuestiones,
para la supervivencia.
Multiplicó su existencia,
resaltando su linaje.
De instinto altivo y salvaje,
de recio porte y estampa.
Dando más vida a la pampa
y otra postal al paisaje.
Lobunos, bayos, gateados
son los más tradicionales.
Pelos, que a los pastizales
se asemejan, comparados.
Serán los más destacados
por confundir los colores
del ambiente y sus rigores.
Como el moro, cerrillero.
Pudiendo salvar el cuero
de varios depredadores.
Servicial, como gentil.
Corajudo y resistente.
Capaz de encarar de frente
a la lanza o al fusil.
La luna se hizo candil
sobre la noche enlutada.
Dio luz a la atropellada,
que en él, cruzó con coraje
la libertad del gauchaje
como el malón de la indiada.
De flequillo y cola larga,
que identifican su traza.
La credencial de una raza
que nuestra cultura embarga.
Por ser del sudor, descarga,
se ve de ranilla entera.
Solo corre la tijera
resaltándole su brillo,
sobre un tuse sin martillo,
con bastante agarradera.
De la tradición, un gajo.
Estandarte de mi tierra.
Soldado para la guerra
como peón para el trabajo.
Criollo de arriba hasta abajo,
desde el garrón a la clina.
Raza histórica y genuina
por patriota, noble y fiel.
Con otro criollo sobre él
forjó la Patria Argentina.
Versos de Nahuel Federizzi
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