En los
palos que resguardan
el viejo
pozo aguatero,
con su
percal dominguero
la moza,
sentada, aguarda.
Se ve, en
lo inquieta, que tarda
quien su
cariño presiente;
porque,
llevando a la frente
una mano,
explora alerta,
la vieja
huella desierta
donde no
asoma el ausente.
Y mientras,
cada mirada,
tras de un
suspiro va huyendo,
un clavel
se va durmiendo
sobre su cálida almohada.
Ya al sol,
la agreste lomada,
lo oculta,
y ella, abatida,
mira la
flor prometida
mientras
sus manos, nerviosas,
torturan los
moños rosas
de sus
trenzas renegridas.
Pero, de
pronto, calmando
sus inquietudes,
divisa,
a un jinete
que de prisa
viene el
camino acortando.
Entonces,
como soñando,
besa con
ansia el clavel,
y, aunque
ya, el instinto fiel
le confirma
su ventura;
suspirando
con ternura
se
pregunta: ¿será él?
Y lo demás,
¿para qué
decirlo, si
ya es sabido?
El reproche,
no ha existido,
y la
tristeza, se fue.
Solo al
mirarlo, ya ve
que no es
posible el enojo;
¡hay tanto
amor en sus ojos!
que solo
pierde terreno,
mientras
temblando en su seno
revive el
clavel, más rojo.
Versos de Pedro
Boloqui
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