tan solitario y tan
ancho
había levantao su
rancho
Amadeo Villarruel.
Tenía un sauce y un
jagüel
con un balde en el
crucero;
un perro grande
ovejero,
que áhi se quedó de
agregao.
Y un tordillo y un
gatiao
pa’ sus changas de
resero.
Villarruel
acostumbraba
voltiar el aspa
temprano,
sobre todo en el
verano
diariamente madrugaba.
Y una mañana que
estaba
divisando el
infinito,
lo vido al gatiao
solito
cuando el día dio
un reflejo.
Pero el tordillo
¡canejo!
faltaba del
potrerito.
Recorrió pacientemente
por todas las
cercanías,
y anduvo unos
cuantos días
preguntándole a la
gente.
Y aunque el ser tan
diligente
no le dio ninguna
pista,
un día que tendió
la vista
de aquel camino en
el brillo,
se juntó con el
tordillo
de una manera
imprevista.
Divisó una
polvadera
por detrás de las
lomadas…
Era una de esas
yeguadas
que el frigorífico
espera.
Al enfrentar la
tranquera,
se escuchó con
insistencia,
relinchar con
estridencia
de entre el polvo
movedizo…
como lo hace un
yeguarizo
cuando vuelve a la
querencia.
El gatiao
enloquecido
contestaba ese
relincho
y, poniéndole un
carpincho,
Villarruel, ya
decidido,
lo montó, y en un
soplido
alcanzó aquella
manada.
Entre esa
mancarronada
iba el tordillo
mezclao;
y juntándose al
gatiao
se apartó de la
yeguada.
Los dos hocicos
juntaron
los caballos, y con
eso
parecieron darse un
beso,
y un relincho se
pegaron.
Los dos hombres se
miraron
poniendo en los
ojos brillos
Villarruel tantió
el cuchillo
y al tropillero
enfrentó
y áhi nomás le
preguntó:
“-¿De ande sacó ese
tordillo?”
“-A treinta leguas de aquí
lo compré -dijo el viajero-
a quien me aceptó ligero
lo poco que le ofrecí”.
“-No dudo que ha
sido así”
-dijo entonces
Villarruel-
pero sacando un
papel,
le dijo: “el dueño
soy yo”
y una marca le
mostró
dibujada en forma
fiel.
“-Viendo que se han relinchao
-dijo el hombre- ya estoy viendo
que han estao juntos viviendo
el tordillo y el gatiao…
Sin ese certificao
pa’ mi hubiera sido igual.
Pa’ entregarle el animal
ningún papel necesito
porque ya se ve clarito
que usté dueño del bagual”.
Villarruel que era
un paisano,
lleno de
agradecimiento,
le respondió en el
momento:
“-Quiero
estrecharle la mano…
en mi alero
campechano
tal vez de nada
carezca;
deje que el rancho
le ofrezca;
tome mate,
churrasquee,
y así, después que
sestee,
podrá seguir con la
fresca”.
Se entienden a la
distancia
con un relincho
cortao,
pingos que juntos
se han criao
en el puesto o en
la estancia.
Lo sabe desde la
infancia
el hombre de la
llanura…
Del compañero en
procura
el tordillo
relinchó
y el relincho lo
salvó
de ir a una muerte
segura.
Versos de Luis
Domingo Berho
Muy bueno! gracias por compartir
ResponderEliminarGracias Quino por visitar el sitio.
ResponderEliminarQuizás... el verso más campero de Don Domingo