1
En un
potrerito chico
del campo
de los Videla,
fue que al
pasar pa’ la escuela
lo vi
asomando el hocico,
por algo
que no me explico
allí me
quedé parau
contemplando
emocionau
en un
silencio profundo
pa’ verlo
venir al mundo
igual que
un pollo mojau.
2
La madre
era una rosilla
que al
verla el patrón preñada
la apartó
de las manadas
cuando
vendió las tropillas,
y por esas
maravillas
que Dios al
mundo le ha dau,
nació un
morito tiznau
que sin
temor a golpearse,
al rato
quería pararse
tanteando
como un mamau.
3
A la semana
ya andaba
retozando
en el potrero,
o corrien a
algún ternero
que curioso
lo miraba,
y al verme
que yo pasaba
cada mañana
temprano,
sabía
esperarme baqueano
y al verme
yo sin testigo,
como si
fuera un amigo
le decía
adiós con la mano.
4
Pero quiso
el romerillo
cobrarle a
la yegua el cuero
y solito en
el potrero
un día
quedó el potrillo,
se le fue
apagando el brillo
de su
pelaje gauchón,
y chapinudo
y panzón
se fue
criando como pudo,
entre
liebres y peludos
y algún
polango mamón.
5
Así tres
años pasaron
medio atrás
quedó mi infancia,
y pa’
pionar en su estancia
los Videla
me tomaron,
mis
quehaceres me llevaron
hasta aquel
potrero un día,
donde el
morito lucía
su
condición de orejano
sin que
jamás una mano
lo haiga
tocau todavía.
6
No bien
peché la tranquera
hizo sonar
las narices,
mal llevau
como quien dice
buscando
echarma pa’fuera,
tenía una
crin entera
como el
pastizal del llano,
y al ver
que instinto indiano
de mi
presencia recela,
como cuando
iba a la escuela
lo saludé
con la mano.
7
Pa’ mi que
aquella señal
fue una luz
en su memoria,
y sirvió
pa’ que esta historia
tenga un
hermoso final,
un relincho
colosal
soltó al
pararse en dos patas,
y ante mi
sonrisa grata
que su
nobleza refleja,
vino a
rascarse la oreja
al borde de
mi alpargata.
8
El patrón
que conocía
mis
andanzas de muchacho,
y de aquel
potrillo guahco
su triste
historia sabía,
me mandó
llamar un día
y ante mis
ojos atentos,
desnudo sus
sentimientos
en un gesto
que aún valoro,
regalándome
aquel moro
por mi buen
comportamiento.
9
Se podrán
imaginar
el alegrón
que me dio,
que ni bien
me lo entregó
lo empecé a
redomonear,
ni miras de
corcovear
cuando le
puse el recao
y al mes y
medio clavau
andaba sin
ser jactancia
luciéndome
por la estancia
con el moro
de bocau.
10
Un sentimiento
de hermano
creció por
él con empeño,
sin que
conozca más dueño
que mi
recau y mi mano.
Y hasta ese
amor soberano
que aún
comparte mi existencia,
pudo calmar
su impaciencia
sentada en
sus ancas recia,
cuando zal
salir de la iglesia
rumbeamos
pa’ la querencia.
11
De áhi en
más vivió prestao
los años
que hoy amontona,
con esa
pinta gauchona
que lo
sigue acompañando,
en un
corral trabajando
o
recorriendo potreros,
cargando en
ancas un cuero,
tirando
agua en el jagüel,
o al ruido
de un cascabel
con el
sulky dominguero.
12
Hoy está pa’otros
quehaceres
porque ‘entoavía
tiene tela’
y va con
tres a la escuela:
un varón y
dos mujeres,
cumplidor
pa’ los deberes
ya está
ensillau de temprano,
y al verlo
alejarse ufano
con los
chicos de testigo,
porque
siempre fue mi amigo
lo despido
con la mano.
Versos de Carlos Loray
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