Como por casualidá
y por diversas
rasones
tuve en varias
ocasiones
que bajar a una
ciudá.
En donde es
autoridá
según dije una
ocasión
nada menos que
Rendón
aquel negro “liendre”
y piyo
que se recostó al
caudiyo
que áhi manda la
situación.
Creo no habrán
olvidao
que yendo de mal en
peor
el moreno Nicanor
tuvo que juir del
Bragao.
Yo lo créiba ya
curao
de su audasia y
osadía
pero con tal
picardía
al caudiyo lo
envolvió
que al final
nombrao salió
“comisario’e polisía”.
Y un domingo a las
cuadreras
cayó un gentío al
poblao
pues se había
depositao
plata pa’ varias
carreras.
Y yo, como “juan de
ajuera”
traté de hacerme
informar
pues no me gusta
jugar
si no la creo
rumbiada
y así entregar mi
mascada
pa’ perder, o pa’
ganar.
La carrera más
mentada
que se corría ese
día:
“El Moro” ‘e la polisía
con un “saino” ‘e
la Tablada,
propiedá de un tal
Almada,
paisano muy
ricachón,
de muy güena condisión
y más derecho que
un palo.
¡Como peludo’e
regalo
le cayó al negro
Rendón!
Y cada uno convenía
que’l “saino” era
lijeraso
pero que no habría
caso
pa’ que ganase ese
día,
pues ya la vos se
corría
de que había mala
intensión,
porque Nicanor Rendón
mucha plata había
jugao
y tendría asegurao
el triunfo en esa
ocasión.
Tuito el poblao se
volcó
en la cancha
aquella tarde
y jué sin hacer
alarde
que la plata se
jugó.
A correr se comensó
en la más corta
distancia,
carreras sin
importancia
de algún común
alversario
¡y al fin cayó el
comisario
emponchao con
arrogansia!
Si parecía de hoyín…
relusía el condenao
cual si lo hubiesen
lustrao
de las motas al
botín.
Tras él, en un mal
rosín
flaco pero
diligente,
avansaba su
asistente
dentro’un uniforme
holgao:
“¡Pero era grande el finao…!”,
decía al verlo la
gente.
¡Y llegó lo
prometido…!
“El Moro” era una
pintura,
la del “saino” una
figura
de estao perfeto y
señido.
Y cada cual
alvertido
ya “rumbió” pa’ la
largada;
de la gente
alborotada
el ¡pago! ¡pago! se
oía,
y cada uno
pretendía
defender bien su
parada.
Varias partidas
erraron…
Un “¡vamos!”, se
oyó y ligero
los dos fletes, aparsero
como cuerdas se
estiraron.
Los jueces se
prepararon
pa’ fallar en la
ocasión
y el tercero, un mocetón
que había cáido del
Bragao
ya nos había
demostrao
ser más “liendre”
que Rendón.
“El Saino” del
forastero
sostenido se
acercaba
y el de Nicano
pegaba
y taloneaba lijero.
Llegaron: pasó
primero
“El Saino” casi
cortao,
se juntaron a un
costao
los rayeros… y el
tercero
gritó: “-¡Puesta cabayeros
pa’ todos ha resultao!”
A nadie nos
conformó
como se había fayao
y Almada ya
calentao
en vos alta
protestó.
Pero Rendón ordenó
a un sargento muy
corsario:
“¡Páselo a este perdulario!
pa’ que aprenda esta verdá:
¡Qué ande soy autoridá
no pierde el del comisario…!
Versos de Juan Oscar Shedden
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