Tengo una manta
peruana
que fue del finao
agüelo
tejida con mucho celo
en fina urdimbre de
lana,
de su mesma trama
emana
unos flecos bien
trenzao
y el fondo, que’s
colorao
muestra, retazos de
albura
por las muchas
ataduras
que por teñirla, han
usao.
Yo, me la truje
conmigo
cuando eya quedó sin
dueño,
y al acariciarla sueño
con yerras, pingos,
amigos;
la tengo como testigo
del tiempo de mis
mayores,
cuando no había
sinsabores
que’scurecieran mi
infancia
y bebía las fragancias
de la vida y de las
flores.
Siendo potriyito
tierno
buscando un libro
pa’estruirme
eya solía cubrirme
p’hacerle frente al
invierno,
y formábamos un terno
cada cual en su
función,
yo buscando la
estrución,
el libro en papel de
maestro
y tendido sobre
nuestro
la manta era
proteción.
A veces de fantasioso
solía salir bien
montao
en un oscuro tapao
medio loro y muy
fogoso,
yo me sentía orguyoso
al verlo bien aperao
y enseguida pa’l
poblao
salía pisando
chiquito,
mientras jugaba el
vientito
con los flecos
colorao.
Ni un zurcido se le ve
que le recuerde un
puntazo,
nunca lo arroyé en el
brazo
para echar una de a
pie,
simplemente yo lo usé
en su misión
verdadera,
como tibia compañera,
como adorno en otros
casos,
siempre guardando un
retazo
de mi vida campo
ajuera.
Pobre manta!! Está
gastada,
ha perdido algunos
flecos,
pero conserva los ecos
de sus grandezas
pasadas.
Cuando la veo arroyada
escondiendo sus
heridas
veo mi vida repetida
y me quedo cavilando:
¡los dos nos vamos
gastando
contra el filo de la
vida!
Versos de Osvaldo Andino Álvarez
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