adulta”
con sus diez años
y
fue escalando peldaños
porque
la vida arremete.
Como
varón, sobre un flete
era
abrojo en el recao.
¡Cuántas
veces ha ordeñao!
¡Cuántos
fríos!... con la atada,
cuando
iba de madrugada
tiritando
en el arao.
Trabajando
en la majada
amontonó
los vellones
y
engrasó sus ilusiones
junto
a sus pilchas gastadas
todo,
lo vio de pasada
para
ella, no hubo domingo
¡trabajo!...
sin más distingo
que
sol naciente y estrella
“rústica”
pero… ¡que bella!
con
ese acento tan gringo.
Por
humilde se aguantó
ofensas,
risa e insulto
ella,
era como un bulto
que
sin derecho creció.
¡Su
juventú! la dejó
mansillada
en vil manera,
pobre
piona, tesonera,
sencillita
como un yuyo
que
al fin, si tiene algo suyo,
fue
ese hijo de soltera.
De
áhi en más, siguió rodando
luchando
como una fiera
y
aquella “gringa” campera
al
muchachito fue criando.
Todo
de sí le fue dando
con
su sentir tan humano,
puso
ternura en sus manos
y
Dios, le brindó su apoyo
porque
le dio un hijo criollo
con
sentimiento paisano.
El
pelo le entró a blanquiar,
su
muchacho la hizo ¡abuela!
dicen,
que prendió una vela
y
que se puso a rezar.
Después
de tanto peliar
tuvo
una paz interior,
por
mandato superior
la
dicha que reconcilia
su
fe, le dio esta familia
donde
ella vuelca su amor.
Y
allí está, la que ayer fuera
la
sufrida, “la guachita”,
contenta
con su nietita
curtida
por tanta espera.
Pudo
ser una tapera…
pero
hizo blanco, lo gris
y
al cambiar ese matiz
a
una esperanza aferrada
fue
justamente “premiada”
con
una vejez feliz.
Versos
de Juan
de la Huella
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