En mi tiempo mocetón
un sábado que aburría,
apié en una “romería”
buscando la diversión;
mientras un sol dormilón
acunaba entre dos cerros,
lejos de pialarme en yerros,
sigiloso entré, primero,
como zorro que alza un cuero
sin que lo escuchen los perros.
Picao de curiosidá,
descubría las mejores,
con el aroma de flores
que da el campo y la ciudá;
más, pa’ decir la verdá,
eya era sobresaliente.
Yo por no pechar la gente
y hacer la cosa senciya,
me le mandé por la oriya
como sulky sin patente.
Ande empezó el musiquero
en un valsiao largué’n punta,
y a tanta beyeza junta
le fui atracando mi cuero;
baquiano pa’l entrevero,
la timidez dejé a un lao,
notando que’l del costao
entre las arremetidas,
pegaba unas sacudidas,
igual que cuzco mojao.
Luego vino una ranchera,
“floriada” con relaciones,
y unos versos redomones
entropiyé campo ajuera;
por eso a mi compañera
le dije en tono paisano:
“No
aletees más en vano,
golondrina
de este suelo,
ni te
alcés en nuevo vuelo
que aquí
yegó tu verano”.
No bien oyó ese versiao
la moza mostró alegría,
pero astuta se venía
lo mesmo que pampa alzao;
y haciendo el pelo a un costao
contestó en forma burlona:
“Aunque
me crea querendona,
le
alvierto que en el amor,
no ha
nacido el domador
que me
ponga la carona”.
Después, de la “romería”,
-con una sonrisa franca-,
salí yevando en el anca
a la que hoy es mujer mía;
y recuerdo todavía,
que esa noche de fortuna,
coscojiándole a la luna
mi pingo tranquió el repecho
con la pera contra el pecho,
como cisne de laguna.
Versos de Eduardo “Piqui” González
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