Por no peliar a un cuatrero
en el almacén de
Blanco
gané el callejón al
tranco
cortón de mi pampa
overo;
aguerrido el
pendenciero
se me cruzó en un picazo
medio ariscón para el
lazo
medí justo la
distancia
y viendo la
circunstancia
lo desmonté de un
pechazo.
Como el rojo de una
cresta
abajada a picotazos
se cái el sol a
pedazos
sobre el filo de la
siesta,
en el bajón de una
cuesta
se erguían frente al
sendero
de ombuses, que el
pampero
simentó en aquel
paraje
pa’ que fuese su
follaje
alivio para el
viajero.
Ya recobrao del
porrazo
me dasafió el
pendenciero
desmonté, manié mi
overo,
mientras él manió el
picazo,
me arremangué alto el
brazo
y el pelo fuerte me
até,
cuantito el facón
tantié,
me avanzó, amagó un
puntazo
y lo volcó en un
planazo,
que en el aire lo
paré.
Yo también le amagué
abajo
y le tiré a la cabeza
pero el hombre con
presteza
se lo quitó sin
trabajo,
volvió a tirar otro
tajo
que se lo paré de
nuevo
y empecinao el malevo
se volvió a tirar a
fondo
que si el umbligo no
escondo
me deja blanquiando el
cebo.
No soy hombre de pelea
ni de arriar con la
alpargata
y adonde afirmo la
pata
ni el pampero me
voltea;
cuando el facón
viborea
en pos de la puñalada,
¡por Cristo!, parece
helada
la sangre en cada
visaje
y el miedo se hace
coraje
pa’ defender la
parada.
Yo traté de serenarme
porque el pecho me bullía
y el diablo aquel se
tendía
con ganas de
difuntiarme;
tiré otra vez y a
sacarme
volvió el paisano a su
modo,
le dejé un claro y con
todo
me adentró con un
puntazo,
que me abrió un surco
en el brazo
casi a la altura del
codo.
Áhi medio me atribulé
y la sangre entró a
manar
y el hombre volvió a
cargar
más seguro y con más
fe,
de pronto le cambié el
pie
y lo dejé mal parao,
me le tendí pa’ un
costao
y de asombro hizo una
mueca,
cuando lo haché en la
muñeca
con un revés de
volcao.
Ya me puse más
tranquilo
al ver que pude
cortarlo
y áhi nomás entré a
apurarlo
de punta, de hacha y
de filo,
el hombre perdió el
estilo
y al recular
trastabilla,
le hice un viaje a la
tetilla
pero a darle fin me
opuse
y hasta el cabo se la
puse
más abajo de la
esliya.
El malo lanzó un
quejido
y tirando el fierro a
un lao
quedó tieso y arrugao
lo mesmo que cuajo
hervido,
enseguida un comedido
corrió a curarle el
aujero,
desmanié, monté mi
overo,
volví al almacén al
tranco
y al llegar a lo de
Blanco
me eché otra caña al
garguero.
Versos de Víctor
Nicolás Di Santo
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