Ya estaba el potro ensiyao
en la playa, campo ajuera,
pa’ que Nicasio subiera,
un hijo de Pancho Aldao.
El viejo lo había agarrao
con atención al bagual:
una mano en el bozal
l’otra en la oreja, y de modo,
que tapaba con el codo
el ojo del animal.
El mozo, el basto tantió,
pisó el estribo y liviano,
como puesto con la mano
sobre el recao se quedó.
El pingo medio se arquió
como arroyando el peyejo,
y ansina entonces el viejo
viendo a su gaucho prolijo,
éstas palabras le dijo
dándole fé en un consejo:
“Güeno m’hijo, haga coraje
y apriete bien las rodiyas,
que es capaz de hacerse astiyas
beyaquiando este salvaje.
Priéndaselé y aunque raje
la tierra en cada bufido,
mire siempre, precavido
la cabeza del zotreta,
cosa que en cada gambeta
no lo haye desprevenido!
Incline el cuerpo pa’ atrás,
estribe corto y seguro,
cosa que’n caso de apuro
me le eche el “dos” áhi domás.
Háchelo bien si es capaz
no le mezquine rodaja,
pues siempre tiene ventaja
salir marcando a rigor;
de no, ande muestre temor
dejuro áhi mesmo lo baja…”
Dijo el mozo: “Largueló!”
Pegó el viejo la cuerpiada
y como ánima endiablada
la polvadera dejó.
Tuito el campo beyaquió
pero el mozo, sin recelo,
como nacido en el pelo
lo iba gritando de intento,
y el viejo decía contento:
“¡Estos son los de mi suelo!”
Versos de Pedro Boloqui
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