de cumplir
una gauchada,
eché al
corral la potrada
y embozalé
un doradillo;
marca de Urbano
Estabillo,
criador de
puros de trote,
quien me
encargó de rebote
que en
cuanto un lugar le hiciera,
le agarre
ese potro que’ra
medio
durón de cogote.
El bagual
de encuentros anchos,
alto y de
estampa morruda,
podía
decirse sin duda
que’ra
grande como un rancho.
Entró a
gritar a lo chancho
ni bien le
apliqué el rigor
-cuando
ayudao por Fanor,
el mayor
de mis muchachos-
lo
acollaré al de quebracho
con un
nudo potreador.
Al verse
atao, con asombro
se entró a
sentar de manera,
que
parecía que quisiera
echarse el
palenque al hombro.
Yo cerca y
sin mucho escombro
por mis
guascas campechanas
le iba
gritando con ganas
-aunque
midiendo los kilos-
¡¡Podés
sentarte tranquilo
que no
estás atao con lanas!!
A las dos
o tres jornadas,
de tirar a
lo pavote,
lo vi aflojar
el cogote
y
mezquinar las colgadas.
Mis sogas
por bien sobadas
ni lo
habían lonjiao siquiera,
entonces a
la manera
del que
conoce el trabajo,
lo entré a
zamarrear de abajo
a dos
laos, de la hociquera.
Decirles,
está de más
que aquel
cogote de fierro
al mes era
como el perro
pa’
cabrestiarme de atrás.
Era tan
dócil y audaz
que en más
de una ocasión
se me
vino, el mancarrón,
tan encima
de las patas
que me
sacó la alpargata
machucándome
un garrón.
Hoy ya
listo pa’ entregarlo,
y ver
coronao mi empeño,
espero que
venga el dueño
un día
de’stos a buscarlo.
Mientras
me place mirarlo,
cuando en
el palo se azoga
mi estirpe
criolla se arroga
deseando
que alguien me mande
cada tanto
un potro grande
pa’ poder
probar las sogas.
Versos de Carlos Loray
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