Ensilla el hombre un tostao
que como seña evidente
muestra la marca patente
porque está recién quemao.
Lo anda de rienda y bocao
a ese chuzo escarciador,
y otro tostao superior
viene un poco más atrás
molestando a los demás
por travieso y mordedor.
En la radiante mañana
pisando el trébol fresquito
con su tropilla al tranquito
viene Gregorio Maidana.
Cuando el gallo tocó diana
salió desde “Toldos Viejos”
y entre sus pingos parejos
-de escasamente seis años-
trae dos overos castaños
y una yunta de azulejos.
Pa’ que lo envidien algunos
como algo que gusta y brilla
trae Maidana en la tropilla
una yunta de lobunos.
Pa’ trabajar con vacunos
y floriarse en los corrales
esos pingos colosales
con sus encuentros macizos
hasta parecen mellizos
por lo que son tan iguales.
Pero lo más imponente
que en la tropilla se ve
es un flete pangaré
con un lucero en la frente.
Otro pangaré atrayente
lo empareja de inmediato,
y al alzar el vuelo un pato
pegando dos espantadas
quedan de orejas paradas
como pa’ hacerle un retrato.
La madrina es una oscura
que a su tranco acompasao
brinda el cencerro cuadrao
sus notas a la llanura.
Hasta su estampa y su altura
le dan aspecto precioso,
y el brillo del pelo hermoso
le presta su buena ayuda
pa’ que parezca una viuda
con su luto riguroso.
El hombre después esquiva
un charco de barro duro,
y sigue sin mucho apuro
pa’ el mismo rumbo que iba.
Tiende su mirada altiva
bajo el ala del sombrero
que le va formando alero
quitando al sol sus reflejos
y así se pierde a lo lejos
la figura de un campero.
Versos de Pedro Risso
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