La
sombra como asustada
se
escondió entre el pajonal,
esquivándosele al pial
que
le tiró l’alborada;
en un
charco reflejada
se
miró la última estrella
y al
verla plateada y bella
a
l’agua de la laguna
parecía
que la luna
se
estaba bañando en ella.
El
lucero’e la mañana
se
perdió rumbo al poniente,
y el
sol asomó su frente,
roja,
ardiente, soberana;
sus
vivos tintes de grana
cargó
en unos nubarrones:
en
los camperos fogones
quedó
solo el bracerío
e
hinchando su lomo el río
se
hundió en unos cañadones.
Volvió
el bullicio y asombra
al
quebrar con gran derroche
el
silencio de la noche
que
huyó junto con la sombra;
sobre
la mullida alfombra
que
se tiende en la llanura,
ha
engarzado con figura
el
rocío, sus brillantes,
cual
lagrimones de amantes
arrancaos
por l’amargura.
Es la
hora fresca y serena
en
que la pena se olvida,
y
amamos más a la vida
pues
la sentimos más buena.
Y
todo nos encadena
a las
cosas de este suelo,
alcanzando
un gran consuelo
pa’
la mayor aflición:
¡cómo
si su bendición
nos
la diera el Dios del cielo!
Versos de Bartolomé Rodolfo Aprile
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