La noche viene bufando
y entre el vapor de su aliento,
se ve un rancho ceniciento
y a dos que están “dragoneando”.
El viento pasa escardando
la nube que encuentra guacha,
y en tanto que a la muchacha
él se declara formal,
ella mira el delantal
para buscarle una hilacha.
Entre el color amarillo
de la luz que dá un candil,
están los dos de perfil
haciendo un cambio de anillo.
Ese traspaso sencillo,
ese amor que no se grita,
ni pide a la margarita
que al deshojarla de un sí,
guarda miel de camoatí:
silvestre pero exquisita.
Cuando ya, codo con codo,
preso el amor se quedaba,
la luz del candil mermaba
hasta apagarse del todo.
La luna buscó acomodo
entre una nube barrosa
y al asomarse, curiosa,
volvió a esconderse, perpleja,
porque vio que la pareja
se besaba cariñosa.
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