Que el sol no se deja ver
van quince días, lo menos;
los campos de agua están llenos
de tanto y tanto llover.
El viento, que al parecer
no piensa amenguar su brío,
sigue soplando del río
y hace rodar a empujones
abultados nubarrones
por el espacio sombrío!
Cruzan los patos silbones
en línea, como soldados,
y entre los pastos mojados
mueren de frío los pichones.
En la cocina, unos peones
matean junto al fogón;
otros en blando vellón
dormitan el día entero.
¡Mientras canta el aguacero
en las chapas del galpón!
Nubes negras en tropel
recorren el cielo plomo
y el arroyo hinchando el lomo
ya rebalza su nivel,
a veces un redondel
de azul, amaga su intento;
pero otra vez ese viento
que en su rumbo continúa
¡y vuelve a cuartear garúa
y a entoldar el firmamento!
A un ranchito de terrón
lo socavó la corriente
y apenas pudo la gente
salvarse del aluvión.
Un ternerito mamón
se ahogó pegao al alambre;
la hacienda flaca y con hambre
se refugia en las lomadas,
¡y en el corral, las majadas
son víctimas del calambre!
Haciendo una cruz de sal
tras de una puerta cualquiera,
la gente creyente espera
alejar el temporal.
Pero es en vano; el caudal
colma campos y caminos;
las astas de los molinos
indican lluvia en los vientos,
¡y los batracios contentos
croan en charcos vecinos!
El que dobló el espinazo
sobre el surco en la labranza
ve naufragar su esperanza
y lamenta su fracaso.
Pero hay que esperar; acaso,
mañana sobre el crucero
del pozo, suelte el hornero
su canto de nota agreste;
¡y con chiripá celeste
llegue soplando el pampero!
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